"Ataduras Invisibles"

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Mientras me preparo mentalmente para la boda,  siento cómo las ataduras a Dimitri se hacen más fuertes, más reales

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Mientras me preparo mentalmente para la boda, siento cómo las ataduras a Dimitri se hacen más fuertes, más reales. Es como si cada pensamiento y cada latido de mi corazón me llevaran irremediablemente hacia él, hacia un destino que no elegí pero que ahora parece inevitable. Una prisión invisible que no me deja escapar.

Dimitri, con esa eficiencia que lo caracteriza, manda a buscar a dos mujeres. Ellas entran con un vestido de novia sencillo, pero su simplicidad no le resta belleza. Es un reflejo de la situación: sin adornos, sin falsas promesas, solo la cruda realidad de un compromiso forzado. Cada puntada de ese vestido parece una hebra más de las cadenas que me atan a él.

El vestido cae sobre mis hombros como un manto de resignación. Me miro en el espejo y apenas reconozco a la mujer que devuelve la mirada. ¿Dónde quedó la Liliana llena de sueños y esperanzas? ¿Qué ha sido de sus deseos de libertad? Siento un nudo en la garganta y mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas.

Dimitri entra en la habitación, su presencia llena el espacio como la marea llena la bahía. Observa el vestido, y por un momento, su rostro muestra algo que podría confundirse con aprobación o quizás algo más profundo. Pero luego, sus ojos fríos y calculadores regresan, recordándome la realidad de nuestra situación.

-Te ves hermosa, cariño -dice, y su voz es un susurro que parece llevar un eco de la vida que pudimos haber tenido. Pero no hay ternura en su mirada, solo posesión.

No hay tiempo para lágrimas ni para lamentos. El reloj avanza implacable, y con cada tic-tac, me acerco más al altar donde Dimitri me espera, donde una nueva vida comenzará... una vida que no sé si podré llamar mía. Cada paso que doy es un paso más hacia una condena perpetua, una vida de servidumbre bajo la sombra de un hombre que no puedo amar.

Las mujeres me conducen fuera de la habitación y me siento como un cordero siendo llevado al sacrificio. Mi corazón late con fuerza, pero no es de emoción, sino de puro terror. Al final del pasillo, Dimitri me espera, su figura imponente eclipsando cualquier rastro de luz o esperanza.

Me toma del brazo, y juntos caminamos hacia el altar.

La presión de la mano de Dimitri sobre la mía es un recordatorio constante de mi nueva realidad. No hay escape, no hay vuelta atrás. Con cada latido de mi corazón, siento las ataduras invisibles.

Llegamos al altar, y siento cómo las fuerzas me abandonan. Miro a Dimitri y, tomando aire con dificultad, le digo:

-Dimitri, ¿puedo pedirte algo?

Sus ojos fríos se suavizan ligeramente, y asiente.

-Lo que desees, conejita.

-Quiero llamar a mis padres y darles la noticia -digo, mi voz temblorosa pero decidida.

Para mi sorpresa, Dimitri no solo acepta, sino que esboza una leve sonrisa.

-Si eso es lo que deseas, también pueden ser nuestros testigos.

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