"Destino"

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Pierdo y recupero la conciencia, los periodos agónicos de la vigilia se entremezclan con breves momentos de una oscuridad reconfortante

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Pierdo y recupero la conciencia, los periodos agónicos de la vigilia se entremezclan con breves momentos de una oscuridad reconfortante. No sé si han pasado horas, días o semanas, pero parece que llevo aquí una eternidad, a merced de Saul y el dolor. No he dormido. No me dejan dormir. Solo encuentro respiro cuando mi mente desconecta del tormento, pero saben cómo hacerme espabilar cuando llevo mucho rato ensimismado.

Primero me someten al submarino. De forma perversa, me resulta irónicamente gracioso. Me pregunto si lo hacen porque saben que soy medio estadounidense o si es solo porque piensan que es un método eficaz para destrozar a alguien sin infligir daños graves.

Lo hacen una decena de veces, llevándome al borde de la muerte y luego trayéndome de vuelta. Parece como si fuera a ahogarme una y otra vez y mi cuerpo pelea por conseguir aire con una desesperación que, dada la situación, parece estar fuera de lugar. No estaría mal que me ahogaran por accidente; yo lo sé, pero mi cuerpo lucha por vivir. Cada segundo que paso con ese trapo mojado en la cara se me hace una eternidad; el chorro de agua es más aterrador que cualquier cuchilla afilada.

Hacen una pausa de vez en cuando y me bombardean con preguntas, prometiendo que pararán solo si respondo. Cuando siento que los pulmones me van a estallar, quiero rendirme. Quiero ponerle fin a esto y, a pesar de todo, hay algo en mi interior que no me deja. Me niego a regalarles la satisfacción de la victoria, de permitirles que me maten sabiendo que han conseguido lo que querían.

Mi cuerpo se esfuerza por respirar y, entretanto, escucho la voz de mi padre.

—¿Vas a llorar? ¿Vas a llorar como un niño de mamá o me vas a enfrentar como un hombre?

Vuelvo a tener cuatro años, acurrucado en un rincón mientras mi padre me golpea repetidas veces en las costillas. Sé la respuesta correcta a su pregunta, sé que tengo que enfrentarme a él, pero tengo miedo. Tengo mucho miedo. Siento la humedad en la cara y sé que lo voy a enfadar. No quiero llorar. No he vuelto a llorar desde que era un bebé, pero el dolor en las costillas me empaña los ojos. Si mi madre estuviera aquí, me abrazaría y me besaría, pero no se me acerca cuando mi padre está de este humor. La aterroriza.

Odio a mi padre. Lo odio y me gustaría ser como él al mismo tiempo. No quiero tener miedo. Quiero ser el que tenga el poder, al que todos temen.

Me hago un ovillo y uso la manga de mi camisa para secarme las lágrimas traidoras de la cara. Después me pongo en pie, me sobrepongo al miedo y al dolor en mis costillas magulladas.

—No voy a llorar. —Me trago el nudo en la garganta y levanto la vista para encontrarme con la mirada enfadada de mi padre—. No voy a llorar nunca.

Siento que el presente y el pasado se entrelazan, y mientras Saul me tortura, la promesa hecha a mi padre sigue siendo mi ancla. No derramaré ni una lágrima. No les daré el gusto.

Maldiciones en árabe y mi cara más mojada. De forma violenta, traen mi mente de vuelta al presente mientras me da una convulsión, atragantándome y aspirando aire cuando me quitan el trapo mojado. Mis pulmones se expanden con voracidad y, por encima del zumbido en los oídos, oigo que Saul grita al hombre que casi me mata. ¡Joder! Parece que esta parte de la diversión se ha acabado.

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