"Mi Hijo"

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Nadamos y jugamos en la piscina hasta que Rosa viene a buscarnos y nos dice que la comida ya está lista

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Nadamos y jugamos en la piscina hasta que Rosa viene a buscarnos y nos dice que la comida ya está lista. Para entonces ya estoy hambriento y supongo que Liliana también debe tener hambre. Me van a explotar las pelotas de tantos preliminares, pero tendré que esperar. Prefiero que Liliana coma mucho a follármela.

Ver a mi conejita, tan feliz, vibrante y sin preocupaciones, me ha ayudado a aliviar la presión en el pecho, pero no la ha eliminado del todo. La expresión de su cara después de poseerla me persigue, me invade los pensamientos, aunque me esfuerzo por borrarla de mi mente. Sé que le he hecho cosas peores en el pasado, pero siento que lo de anoche fue lo peor con diferencia.

Siento que le he hecho daño.

Quizás sea porque ahora es completamente mía, ya no tengo que manipularla ni moldearla a mi gusto. Me ama lo bastante como para arriesgar su vida, lo suficiente para estar conmigo por voluntad propia. Todo lo que le hice en el pasado estaba calculado hasta cierto nivel, pero anoche le hice daño sin razón alguna.

Le hice daño cuando lo único que quería era sostenerla, curarla.

Hice daño a la mujer que va a tener a mi hijo y, aunque parece que ella me ha perdonado, yo no puedo perdonármelo.

—¿Te traigo algo, Liliana? —pregunta Maria cuando nos sentamos a la mesa del comedor. La mujer es muy cordial con mi esposa y mucho más feliz de lo que jamás la haya visto—. ¿Tostadas? ¿Un poco de arroz hervido?

Liliana pone unos ojos como platos al oír a la ama de llaves, pero consigue mantener la compostura.

—Comeré lo que hayas preparado, Maria . Hoy me encuentro mejor, en serio.

No puedo evitar sonreír, a pesar de todo lo que estaba pensando antes. A Nikolai debe habérsele escapado algo o puede que Maria nos haya oído esta mañana. Por eso tiene una sonrisa que no le cabe en la cara: sabe que Liliana está embarazada y está encantada con la noticia.

Maria sonríe aún más al ver a Liliana tranquila.

—Qué bien. Ayer debías sentir malestar por el embarazo. Suele pasar, ya sabes —dice Maria en tono confidencial—. Dicen que suele comenzar a las seis semanas.

—Genial. —Liliana intenta que no se le note la melancolía, pero no lo consigue—. Lo estoy deseando.

—Me aseguraré de que tengas los mejores cuidados, cariño —murmuro mientras alargo el brazo para tomarle la mano a Liliana—. Te daré todo lo que necesites para que estés bien.

Ya he contactado con la ginecóloga que Gober me recomendó; le escribí un correo cuando estaba examinando a Liliana. Puede que no haya planeado tener un hijo, pero, ahora que está aquí, es inconcebible que le pase algo malo. Cuando Gober mencionó la posibilidad de abortar, me entraron ganas de destrozarlo.

Planeado o no, este bebé es mío, y mataré a todo aquel que quiera hacerle daño.

Liliana me sonríe.

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