"Desastre"

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CUANDO SALIMOS del restaurante siento que estoy en el séptimo cielo

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CUANDO SALIMOS del restaurante siento que estoy en el séptimo cielo. La cena de esta noche ha sido lo más parecido a una cita de verdad que hemos tenido, y por primera vez en meses, confío en el futuro.

Tal vez nunca lleguemos a ser "normales", pero eso no significa que no podamos ser felices.

Mientras nos dirigimos hacia la discoteca, me permito fantasear de nuevo con la idea de que Dimitri y yo seamos una familia. Ahora parece más real, más sólido. Por primera vez, me imagino criando juntos a nuestro hijo. Sería difícil, con guardias siempre a nuestro alrededor, pero podríamos lograrlo. Podríamos hacerlo. Viviríamos en la finca casi todo el tiempo, pero también viajaríamos. Visitaríamos a nuestros padres y amigos, iríamos a Europa y Asia. Yo me dedicaría a mi arte, y el negocio de Dimitri quedaría en segundo plano, no en el centro de nuestras vidas.

No sería la vida con la que soñaba de niña, pero, aun así, sería una buena vida. Con el tráfico del centro, tardamos media hora en llegar a la discoteca.

Salimos del coche y Rosa ya está ahí, esperándonos. Al verme, sonríe y corre hasta el coche.

—Liliana, ¡estás preciosa! —exclama antes de volverse hacia Dimitri—. Y usted también, señor —nos dedica una amplia y radiante sonrisa—. Muchas gracias por traerme con vosotros esta noche, me muero por ir a una discoteca americana de verdad.

—Me alegra que hayas venido —le digo, sonriente—. Estás impresionante.

Y lo está. Con unos tacones rojos altísimos y un vestido amarillo corto que resalta sus curvas, Rosa está tan atractiva como una modelo.

—¿De verdad lo piensas? —dice, nerviosa—. Me compré este vestido en la ciudad.

Me preocupaba que fuera demasiado.

—Para nada —digo con firmeza—. Estás estupenda. Ahora ven, vamos a bailar. —Y, cogiéndola del brazo, me dirijo a la entrada de la discoteca, con un Dimitri divertido siguiendo nuestros pasos.

Mientras caminamos, los hombres nos miran a Rosa y a mí, mientras que las mujeres observan a Dimitri, embelesadas. No las culpo, aunque una parte oscura de mí quiera arrancarles los ojos. Dimitri se ha arreglado esta noche; lleva una americana a medida que le realza la figura, unos vaqueros negros de diseño, y está espectacular, como una estrella de cine saliendo del estreno de su película. Pero, claro, las estrellas de cine no suelen ocultar pistolas y navajas bajo sus elegantes chaquetas... Intento no pensar en eso.

Con una sola palabra de Dimitri, el portero nos deja pasar, colándonos entre la multitud que espera. Nadie nos pide los documentos de identidad, ni siquiera en la barra, donde Dimitri le invita a Rosa a una copa. Me pregunto si es porque los hombres de Dimitri ya avisaron al jefe del club de que vendríamos.

En fin, la verdad es que es bastante emocionante.

Solo son las diez y el club ya está a reventar; lo último en música pop y dance retumba desde los altavoces. A pesar de no beber alcohol, me siento embriagada por la emoción. Me río, agarro a Rosa y a Dimitri, y los arrastro a la pista de baile, donde ya hay un montón de gente moviéndose muy cerca unos de otros.

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