"Incertidumbre "

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La semana anterior al viaje de Dimitri me resulta agridulce

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La semana anterior al viaje de Dimitri me resulta agridulce. Aún no le he perdonado que me implantase los localizadores, ni que me obligara a llevar la pulsera con otro rastreador integrado unos días después. A pesar de todo, desde que me dijo aquello la otra noche, ya me siento muchísimo mejor. Sé que no fue precisamente una declaración de amor incondicional, pero viniendo de un hombre como Dimitri, podría serlo perfectamente. María tiene razón, Dimitri ha perdido a todo aquel que le importaba de verdad; a todos menos a mí, claro está. Aunque la forma tremendamente posesiva con la que me trata es abrumadora, también es una muestra de lo que siente por mí.

El amor que me profesa es perverso y tóxico en muchos sentidos, pero eso no lo hace menos real. Y por ello, siento más miedo aún de que le pase algo durante el viaje. Se va acercando la hora de que se marche y noto que la felicidad fruto de su confesión se ve poco a poco sustituida por ansiedad. No quiero que Dimitri se vaya. Cada vez que pienso en la misión me angustio.

Sé perfectamente que mis temores son en parte irracionales, pero eso no me tranquiliza. Además del peligro real al que se va a enfrentar Dimitri, también tengo miedo a estar sola. Hemos estado juntos a todas horas durante los últimos meses: me agobia muchísimo pensar en su ausencia, aunque solo vayan a ser unos días.

En las noches, cuando Dimitri se queda a mi lado, me siento más segura, aunque sé que su presencia es una espada de doble filo. Me reconforta su calor y su olor, pero también me recuerda lo frágil que es nuestra situación. Tampoco ayuda que tenga exámenes y un montón de entregas y que, además, mis padres me hayan presionado para que vaya a visitarlos, lo cual Dimitri no me permitirá hasta que la amenaza de Hadar esté totalmente neutralizada.

—No puedes salir de la finca, pero ellos pueden venir a verte si quieres —me dice una tarde, mientras practicamos tiro al blanco—, de todas formas, no lo recomiendo. Ahora mismo tus padres están más o menos fuera de todos los radares, pero cuanto más contacto tenga tu familia conmigo, más peligroso puede ser para ellos. Pero, vamos, tú decides. Si me lo pides, enviaré un avión a buscarlos.

—No, no hace falta —me apresuro a decir—, no quiero que atraigan atención.

Y, tras apuntar con el arma, empiezo a disparar a las latas de cerveza que hay al fondo del campo, dejando que la sacudida del disparo, a la que ya estoy más que acostumbrada, se lleve consigo parte de mi frustración. Unos cuantos días después de llegar a la hacienda, me di cuenta de que mis padres corrían peligro. Para mi alivio, Dimitri me dijo que había creado un grupo discreto de escoltas muy cualificados para proteger a mi familia sin llegar a inmiscuirse en sus vidas. La alternativa, según decía, era traerlos a la finca con nosotros, pero mis padres se negaron en rotundo nada más sugerírselo.

Me consuela saber que están protegidos, pero no puedo evitar sentirme culpable por involucrarlos en esta situación. Mis noches están llenas de pesadillas y, a veces, me despierto sudando, con el corazón latiendo desbocado. Dimitri siempre está ahí para consolarme, pero también es un recordatorio constante de que mi vida nunca volverá a ser normal.

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