En un mundo donde la pureza se entrelaza con la crueldad, la historia de Liliana y Dimitri se teje en una telaraña de contrastes y pasiones prohibidas.
Liliana, una joven criada en un convento rodeada de la paz y la bondad de las monjas, irradiaba d...
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Han pasado unas cuantas semanas desde que Dimitri y yo tuvimos aquella conversación en su despacho. Desde entonces, él ha ido y venido a una casita que se encuentra un poco alejada de la finca. No me dice qué hace allí, pero no puedo evitar pensar que es donde tiene a los hombres de Hadar.
Mientras tanto, mis clases han comenzado y todo marcha muy bien. Me he adaptado a la rutina académica con sorprendente facilidad. Dimitri, siempre atento a mis intereses, contrató a un profesional del arte para que me diera clases particulares. Mi profesor, Jean-Luc Dubois, es un renombrado artista francés, conocido en su campo por su talento y por ser un gran maestro.
Jean-Luc es un hombre de mediana edad, con el cabello gris y una mirada penetrante pero amable. Tiene un acento francés marcado que le da un aire sofisticado y encantador. Desde nuestra primera clase, hemos establecido una buena relación. Jean-Luc es paciente y apasionado por el arte, y su entusiasmo es contagioso.
Cada día, me siento más cómoda con mis pinceles y lienzos. Me pierdo en el acto de crear, en la mezcla de colores y en la libertad que siento al plasmar mis emociones en la tela. Jean-Luc no deja de sorprenderse por mis avances y, en más de una ocasión, me ha dicho que cada día lo sorprendo más.
—Señora Ivanov, su progreso es notable —me dice una tarde mientras observa mi último trabajo, un paisaje de la finca bajo el sol poniente—. Nunca había tenido una alumna que capturara la esencia de sus emociones con tanta precisión y belleza.
Me sonrojo ante su elogio, pero me siento profundamente satisfecha. El arte se ha convertido en mi refugio, un lugar donde puedo expresarme sin miedo ni restricciones.
Un día, después de una clase especialmente inspiradora, me siento en el jardín con mi cuaderno de bocetos. Los pájaros cantan y el sol brilla suavemente sobre las flores. Pienso en Dimitri y en sus viajes a la casita. A pesar de mis sospechas, no puedo evitar sentir una mezcla de curiosidad y temor por lo que pueda estar ocurriendo allí.
Mientras dibujo, oigo el sonido de un motor. Miro hacia la entrada de la finca y veo a Dimitri regresar. Me acerco a la puerta y lo veo salir del coche. Su rostro muestra una expresión que no puedo descifrar del todo.
—Hola—le digo, tratando de mantener mi voz calmada.
—Hola, pequeña —responde él, acercándose y dándome un beso en la frente—. ¿Cómo ha sido tu día?
—Muy bien —respondo con una sonrisa—. Jean-Luc dice que estoy progresando mucho.
—Me alegra oír eso —dice él, sus ojos brillando con una calidez que rara vez muestra—. Sabía que te gustaría tener clases de arte.
—¿Cómo te ha ido a ti? —pregunto, intentando no sonar demasiado inquisitiva.
—Bien, todo está bajo control —responde, sin dar más detalles.
Mi antiguo captor no mentía cuando decía que tenía contactos; en todo caso, había subestimado la extensión de su alcance. Obviamente, los políticos, los líderes militares y otros de su calaña son solo una pequeña parte de las personas con las que Dimitri trata en su día a día. La mayoría de sus interacciones son con clientes, proveedores y diferentes intermediarios, individuos turbios y con frecuencia aterradores de todo el mundo. En lo que respecta a la venta de armas, mi marido no hace distinciones. Terroristas, narcotraficantes o gobiernos legítimos, él hace negocios con todos.