"Deseos Perversos"

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El cuero del asiento crujía bajo mí mientras observaba la ciudad de Chicago desplegarse ante mis ojos

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El cuero del asiento crujía bajo mí mientras observaba la ciudad de Chicago desplegarse ante mis ojos. Los rascacielos, como torres de ajedrez, se alzaban desafiantes, pero ninguno tan alto como mi ambición. Las calles, líneas de batalla donde cada peón, cada habitante, jugaría su papel en mi estrategia meticulosa.

La tensión en el avión era tan densa que casi podía cortarla con un cuchillo. Sergei, siempre el fiel consejero, me extendió la carpeta que contenía el destino de mis enemigos. Las fotografías eran como piezas de dominó listas para caer una tras otra.

-Prepara a los hombres-mi voz era baja, pero portaba el peso de un mandato real-. Nadie se mueve sin mi señal.

Al aterrizar, el ejército de sombras que me esperaba sabía que era hora de moverse. Cada hombre vestido de negro era un guerrero en mi legión, cada uno un instrumento de mi voluntad indomable.

-Es el momento de ajustar cuentas -declaré, pisando el suelo de Chicago con la determinación de un conquistador-. Hoy, esta ciudad será testigo de cómo se forja un imperio.

Para la ciudad, era un día más. Para mí, era el día en que el juego de poder se inclinaría a mi favor, un juego que siempre he jugado para ganar, sin importar el costo.

El cielo de Chicago se oscurecía, presagiando la tormenta que estaba a punto de desatarse. En la penumbra, mi silueta se recortaba contra las luces de la ciudad. Nikolai, Sergei y viktor estaban a mi lado, fieles sombras en mi cruzada.

-Nadie actúa hasta que yo lo ordene-volví a recalcar, mi voz era un susurro que cortaba el aire con precisión quirúrgica-. El cazador se siente seguro en su madriguera, ajeno a que el verdadero depredador está aquí.

Mis hombres, figuras oscuras y resueltas, se dispersaron silenciosamente, cada uno sabiendo su papel en este juego mortal. La casa del cazador, un santuario de falsa seguridad, pronto sería el escenario de su caída.

-Nikolai, asegura la retaguardia. Sergei, conmigo. Viktor, ojos en el cielo -mis instrucciones eran claras, cada palabra era una pieza moviéndose en el tablero.

El cazador, relajado en su hogar, rodeado de su familia, no sabía que el aire que respiraba ya estaba viciado con el veneno de mi venganza. Era solo cuestión de tiempo antes de que la serenidad se rompiera con el estruendo de la justicia.

-Esperen mi señal-mi mano se alzó, y con ella, el destino del cazador quedó sellado-. Esta noche, Chicago recordará por qué nunca debieron cruzarse en mi camino.

La tensión era una entidad viva, palpitante en el aire. Yo, era el maestro de orquesta de esta sinfonía de suspense, y mi batuta estaba lista para dirigir el acto final. La noche era un lienzo en blanco, y nosotros, los artistas oscuros dispuestos a pintarla con trazos de venganza. La entrada fue meticulosa, cada hombre un pincel que se movía con precisión.

La puerta principal era una barrera ilusoria, una cortina que se desgarraba con la facilidad de un suspiro. Nikolai tomó la delantera, sus manos expertas desactivando alarmas como si fueran juguetes. Sergei y viktor flanqueaban mis costados, guardianes silenciosos de mi propósito.

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