En un mundo donde la pureza se entrelaza con la crueldad, la historia de Liliana y Dimitri se teje en una telaraña de contrastes y pasiones prohibidas.
Liliana, una joven criada en un convento rodeada de la paz y la bondad de las monjas, irradiaba d...
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Doy unos cuantos sorbos más, sin dejar de notar el regusto de la crema en la garganta. ¿Qué coño ha echado Maria está noche a la crema? Hasta el olor es desagradable. Mis palabras suenan sosegadas en lugar de resentidas, sobre todo porque no me encuentro lo bastante bien como para enfadarme por la actitud autoritaria de Dimitri. Me termino lo que queda de caldo y añado:-Solo era una sugerencia.
Dimitri se queda mirándome fijamente durante un momento y mueve la cabeza en un largo gesto de asentimiento.
-De acuerdo.
No añado nada más, ya que Maria entra en el comedor con nuestro siguiente plato: pescado con guarnición de arroz y judías. Frunce el ceño cuando se percata de que casi ni he tocado la crema.
-¿No te ha gustado, Liliana?
-No es eso, está deliciosa -miento-. Es solo que no tengo mucha hambre y quería reservarme un hueco para el plato principal.
Maria me lanza una mirada cargada de preocupación, pero retira nuestros platos sin hacer más comentarios. Mi apetito ha sido impredecible desde que volvimos, así que no es la primera vez que dejo un plato prácticamente intacto. No me he pesado, pero creo que he perdido unos cuantos kilos en estas últimas semanas, lo cual no me conviene en absoluto.
Dimitri también frunce el ceño; sin embargo, no dice ni una palabra cuando empiezo a jugar con el arroz en mi plato. La verdad es que ahora mismo no me apetece comer nada, pero me obligo a pinchar un buen trozo con el tenedor y a llevármelo a la boca. El sabor vuelve a resultarme demasiado fuerte, pero mastico con decisión y me lo trago, porque no quiero bajo ningún concepto que Dimitri se percate de lo poco que estoy comiendo.
Tengo asuntos más importantes que tratar con él.
En cuanto Maria sale por la puerta, dejo el tenedor en el plato y miro a mi marido.
-He recibido otro mensaje -susurro con suavidad.
Dimitri aprieta la mandíbula. -Ya lo sé.
-¿Estás rastreando mi correo electrónico?
Se me vuelve a revolver el estómago, esta vez con una mezcla de náuseas y rabia. Supongo que no debería sorprenderme, teniendo en cuenta los localizadores que aún tengo implantados en el cuerpo, pero hay algo fortuito en esta invasión de mi intimidad que me molesta de verdad.
-Por supuesto -contesta Dimitri, sin rastro alguno de arrepentimiento o culpabilidad en su voz-. Imaginaba que volvería a ponerse en contacto contigo.
Tomo aire despacio, recordándome que discutir sobre esto es inútil.
-Entonces sabrás que Peter no nos dejará en paz hasta que no le entregues esa lista -le digo, con toda la serenidad de la que soy capaz-. No sé cómo, pero sabe que Frank te la hizo llegar la semana pasada. Su mensaje decía: «Es hora de que recuerdes tu promesa». No se largará, Dimitri.