"Amanecer"

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Al amanecer, el sol comenzó a esparcir sus cálidos rayos por la habitación, despertándome con su suave caricia

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Al amanecer, el sol comenzó a esparcir sus cálidos rayos por la habitación, despertándome con su suave caricia. Me estiré, sintiendo el confort de mis sábanas y la familiaridad de mi habitación en el convento. Cerré los ojos por un momento, dejando que la emoción del día que se avecinaba se apoderara de mí.

El aroma a incienso y a pan recién horneado flotaba en el aire, recordándome las rutinas matutinas del convento. Me levanté con un suspiro de gratitud, agradecida por la paz y la armonía que reinaban en aquel lugar sagrado. Mientras me vestía con un sencillo vestido blanco, mi mente se llenaba de pensamientos positivos y de oraciones silenciosas.

Bajé al comedor, donde las otras jóvenes novicias ya se encontraban desayunando en un ambiente de camaradería y calma. Las risas suaves y los murmullos de conversaciones amistosas llenaban el espacio, creando una atmósfera de serenidad y conexión entre nosotras.

Emily, mi amiga más cercana en el convento, me recibió con una sonrisa cálida cuando me senté a su lado en la mesa. Su cabello castaño caía en suaves rizos alrededor de su rostro iluminado por la felicidad del nuevo día.

-Buenos días, Lili-dijo con voz melodiosa, extendiéndome una taza de té humeante.

-Buenos días, Emily-, respondí con una sonrisa, sintiéndome agradecida por tener a alguien tan cercana y amable en mi vida en el convento. Tomé la taza entre mis manos, dejando que el aroma reconfortante del té llenara mis sentidos, mientras Emily continuaba hablando sobre lo emocionada que estaba, su padre pronto vendría a visitarle.

Después del desayuno, nos dirigimos al jardín para nuestras prácticas de meditación y reflexión. Sentada bajo la sombra de un árbol centenario, dejé que mis pensamientos se disiparan y mi corazón se llenara de gratitud por la vida que llevaba en el convento. Cada día era una oportunidad para crecer en la fe y en el servicio a los demás, y eso me llenaba de alegría y propósito.

Aunque no era una monja, me sentía parte integral de la comunidad conventual que me había acogido desde mi más tierna infancia. Mi historia era un misterio incluso para mí misma; alguien me dejó en la puerta del convento cuando era apenas un bebé, envuelta en una manta suave y acompañada por una nota que solo decía: "Hola, mi nombre es Liliana".

Las bondadosas monjas me recibieron con amor y cuidado, criándome como si fuera una de ellas. Aprendí los valores de la fe, la compasión y la humildad de sus enseñanzas y ejemplos diarios. Cada gesto de bondad que recibía de ellas me recordaba el poder transformador del amor y la dedicación hacia los demás.

A medida que crecía, también crecía mi curiosidad sobre mi origen y mi identidad. Las monjas nunca ocultaron mi historia, pero tampoco tenían respuestas concretas sobre quiénes eran mis padres o por qué me habían dejado en la puerta del convento. A veces, en la quietud de la noche, me preguntaba qué historia se escondía detrás de aquel simple "hola" escrito en la nota que me acompañó desde el inicio de mi vida.

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