El sábado por la mañana, me levanto antes que ella y bajo a la cocina. Rosa ya está allí, como de costumbre, asegurándose de que todo esté en orden. Después de comprobar que no hay nada más que supervisar, vuelvo a subir.
Liliana aún duerme cuando entro en la habitación. La observo en silencio, su cuerpo aún cubierto por las mantas. Me acerco con cuidado, apartando la sábana con suavidad, intentando no despertarla. Murmura algo en sueños, dándose la vuelta, ahora de espaldas a mí. Es imposible no admirar la visión que me ofrece: su piel desnuda, su respiración pausada. La erección bajo mis pantalones es inmediata, pero la contengo. Esta mañana, todo se trata de ella.
En mi mano, la botella de aceite que había tomado de la cocina. Me vierto un poco en la palma, dejando que el líquido caliente se deslice entre mis dedos. Empiezo por sus pies, sabiendo bien cuánto le gusta a mi conejita que le masajeen esta parte. Apenas toco la planta de sus pies cuando sus dedos se tensan y un gemido suave, adormilado, se escapa de sus labios. Ese sonido, tan inocente y vulnerable, hace que mi autocontrol tambalee, pero me obligo a seguir.
Su placer, esta vez, es lo único que importa.
Dedico tiempo a cada pie, masajeando cada dedo con precisión, antes de subir lentamente por sus pantorrillas y muslos. Para cuando llego a esta parte de su cuerpo, sé que está despierta. Aunque sus ojos siguen cerrados, el ritmo de su respiración ha cambiado, y su piel responde a mis caricias.
—Feliz cumpleaños, mi amor —susurro cerca de su oído mientras mis manos llegan a su vientre, rozando con cuidado la piel tersa bajo mis dedos—. ¿Has dormido bien?
Ella solo puede articular un sonido suave, como si el placer no la dejara formar palabras. Mis manos ascienden hasta sus pechos, donde sus pezones se endurecen al contacto. El deseo de sentir su sabor es abrumador, y me inclino para tomar uno de sus pezones en mi boca, succionando con intensidad. Su cuerpo se arquea bajo mí, y sé que está completamente despierta. Sus jadeos llenan el aire cuando mis dedos, aún impregnados de aceite, encuentran su clítoris.
—Dimitri... —gime con desesperación, su voz temblorosa cuando deslizo dos dedos dentro de su calor, curvándolos hasta sentir cómo su cuerpo responde—. ¡Dios... Dimitri!
Su cuerpo se tensa al borde del placer, y cuando finalmente se desata, siento cómo se derrumba en mis manos. Los espasmos de su orgasmo la atraviesan, y yo la sostengo mientras su respiración se calma lentamente.
Cuando la tormenta dentro de ella amaina, retiro mis dedos de su interior, llevándolos suavemente a sus costillas, observando cómo su cuerpo reacciona aún al contacto.
—Date la vuelta, amor —le susurro suavemente a Liliana—. Todavía no he terminado contigo.
Ella obedece sin cuestionar, confiando plenamente en mis intenciones, y vuelvo a coger la botella de aceite. Me echo una cantidad generosa en las manos y empiezo a esparcirlo por su cuello, bajando por sus brazos y espalda. Sus gemidos de placer se intensifican con cada roce, y mi propio control comienza a flaquear cuando llego a las firmes curvas de su trasero. Mi erección es imposible de ignorar, como una barra de hierro que palpita bajo mis pantalones.
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ÉXTASIS
RomanceEn un mundo donde la pureza se entrelaza con la crueldad, la historia de Liliana y Dimitri se teje en una telaraña de contrastes y pasiones prohibidas. Liliana, una joven criada en un convento rodeada de la paz y la bondad de las monjas, irradiaba d...