"Tayikistán"

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PRIMERO OIGO RUIDOS

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PRIMERO OIGO RUIDOS. Murmullos de voces femeninas mezclados con un pitido rítmico. Escucho un zumbido eléctrico de fondo. A todo esto se le suma un dolor punzante en la parte delantera de mi cráneo y un fuerte olor a antiséptico.

Un hospital. Estoy en algún hospital.

Me duele todo; parece que el dolor está por todas partes. Mi primer instinto es abrir los ojos y buscar respuestas, pero me quedo tumbado, muy quieto, intentando recordar.

Liliana. La misión. El vuelo a Tayikistán. Lo revivo todo, recuerdo las sensaciones de forma exacta. Recuerdo hablar con Nikolai en la cabina, cómo el avión se desarmaba a nuestros pies, el chirrido intermitente de los motores y la sensación en el estómago de saber que estás cayendo desde el cielo. También recuerdo estar paralizado por el miedo en esos últimos momentos cuando Nikolai intentaba estabilizar el avión sobre las copas de los árboles para ganar unos preciados segundos y después sentir la sacudida de los huesos tras el impacto.

No recuerdo nada más, solo oscuridad.

Debió de ser la oscuridad de la muerte, pero estoy vivo, porque siento el dolor de mi cuerpo magullado.

Todavía tumbado, evalúo mi situación. Las voces de alrededor hablan en un idioma extranjero. Parece una mezcla de ruso y turco. Teniendo en cuenta por dónde estábamos volando cuando tuvimos el accidente, probablemente sea uzbeko.

Hablan dos mujeres, su tono es distendido, parece hasta que estuvieran cotilleando. Por lógica, supongo que serán enfermeras del hospital. Puedo oír cómo se pasean mientras charlan entre ellas. Con cuidado, abro un ojo para mirar a mi alrededor.

Estoy en una habitación con luz tenue, las paredes están pintadas en un verde claro y hay una pequeña ventana en la pared del fondo. Las luces fluorescentes del techo emiten un leve zumbido. Es el sonido eléctrico que había escuchado antes. Estoy conectado a un monitor y llevo una vía en la muñeca. Veo a las enfermeras al otro lado de la habitación, están cambiando las sábanas de una cama vacía. Una fina cortina separa mi cama de esa, pero está corrida, lo que me permite poder ver la habitación entera.

En la habitación solo estamos las dos enfermeras y yo. Ni rastro de mis hombres. Se me acelera el pulso cuando me percato de ello, pero hago lo posible por tranquilizarme antes de que se den cuenta. Quiero que sigan pensando que estoy inconsciente. No parecen una amenaza, pero hasta que no sepa qué pasó con el avión y cómo terminé aquí, no quiero arriesgarme.

Me siento débil, como si hubiera perdido sangre. La cabeza me retumba y un vendaje pesado me rodea la frente. Me han inmovilizado con escayola el brazo izquierdo, donde siento un dolor inhumano. Sin embargo, el derecho parece estar bien. Me duele al respirar, así que supongo que tendré algunas costillas rotas. Aparte de eso, siento las demás extremidades y el dolor del resto del cuerpo parece más a causa de arañazos o moratones que por huesos rotos.

Unos minutos después, una de las enfermeras se marcha y la otra se acerca a mi cama. Me quedo quieto y en silencio, fingiendo que estoy inconsciente. Me recoloca la sábana que me tapa y después le echa un vistazo al vendaje de la cabeza. La oigo tararear en voz baja mientras abandona la habitación. En ese instante, oigo entrar unas pisadas más fuertes.

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