"Misterio "

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Al día siguiente, despierto en mi habitación en la isla

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Al día siguiente, despierto en mi habitación en la isla. Los primeros rayos de sol se filtran a través de las cortinas, bañando la habitación con una luz suave y dorada. Me siento desorientada por un momento, tratando de recordar cómo llegué aquí.

Al moverme, noto que estoy desnuda y siento una incomodidad pegajosa en mis muslos. Los recuerdos de la noche anterior vuelven lentamente, y un rubor de vergüenza y confusión se extiende por mi rostro.

Me pongo de pie, tratando de ignorar la sensación de vulnerabilidad, y me dirijo al baño. El suelo frío bajo mis pies desnudos me ayuda a despejar la mente mientras abro la puerta y entro en la ducha.

El agua caliente cae sobre mi cuerpo, limpiando la suciedad y la incomodidad de la noche anterior. Me froto vigorosamente, intentando borrar no solo la suciedad física, sino también la sensación de impotencia.

Mientras el agua corre, mis pensamientos se vuelven hacia Dimitri y su control absoluto sobre mi vida. Me pregunto cómo llegué a este punto y qué puedo hacer para recuperar algún tipo de control sobre mi destino. La respuesta llega en ese instante. "nada" Dimitri puede hacer conmigo lo que quiere y eso ya está demostrado.

Después de lo que parece una eternidad, apago el agua y me envuelvo en una toalla. Me miro en el espejo, viendo a una versión de mí misma que apenas reconozco. Pero en lo más profundo, sé que debo encontrar una manera de sobrevivir a esta situación.

Salgo del baño, decidida a enfrentar el día con la mayor fuerza posible. Me visto, aún sintiendo el frío del aire que se cuela por las ventanas. Afuera sigue nevando, los copos de nieve cayendo silenciosamente, cubriendo todo con una capa blanca. Bajo a la cocina, ansiosa por un poco de calor y compañía.

—Buenos días —saludo al entrar.

María y las demás empleadas me reciben con sonrisas y saludos. Rosa está allí también, pero noto que trata de no hablar conmigo. Intenta irse discretamente, pero la detengo suavemente.

—Rosa, espera —digo, mi voz llena de sinceridad—. Quería pedirte perdón por lo que pasó antes. Lo hice en un momento de desesperación.

Rosa me mira por un momento, sus ojos llenos de una mezcla de comprensión y tristeza.

—No se preocupe, señorita Liliana. La entiendo —responde, su tono suave.

Sonrío, sintiendo un pequeño alivio.

—¿Podemos volver a ser amigas? —pregunto esperanzada.

Rosa sacude la cabeza rápidamente, con una expresión de alarma.

—No diga eso. Si el señor Dimitri la escucha, se puede enojar.

Me frunzo el ceño, confundida.

—¿Por qué se enojaría?

Rosa baja la voz, mirando alrededor para asegurarse de que nadie más escucha.

—Tú eres la señora de la casa. Y la señora de la casa no puede ser amiga de la servidumbre.

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