"Rastreadores"

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Según avanza el semestre de Liliana, creamos una rutina

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Según avanza el semestre de Liliana, creamos una rutina. Normalmente me despierto antes que ella y voy a la sesión de entrenamiento con mis hombres. Al volver, ella ya está despierta, así que tomamos el desayuno juntos y luego me dirijo al despacho mientras Liliana sale a dar un paseo con Rosa y escucha sus clases virtuales.

Unas horas después, regreso a la casa y comemos juntos. Luego vuelvo al trabajo, y Liliana se reúne con Jean-Luc para su clase de pintura o bien me acompaña al despacho, donde estudia en silencio mientras trabajo o dirijo reuniones. Aunque parece que no está prestando atención, sé que sí, porque con frecuencia me hace preguntas sobre los negocios durante la cena.

No me importa su curiosidad, aunque sé que condena en silencio lo que hago. Le repugna que suministre manipule a los policía como quiero, y que no de eso que le venda armas a criminales y los métodos brutales que con frecuencia utilizo para mantener el control de los negocios. No entiende que, si no lo hiciera yo, alguien más lo haría, y el mundo no sería necesariamente mejor o más seguro. Los narcotraficantes y los dictadores conseguirían las armas de una manera o de otra. La cuestión es quién se beneficiaría de eso y prefiero que esa persona sea yo.

Se que no está de acuerdo con este razonamiento, pero no me importa. No necesito su aprobación, la necesito a ella.

Y la tengo. Está tanto tiempo conmigo que estoy empezando a olvidar qué se siente al no tenerla a mi lado. Apenas estamos separados por más de unas horas y cuando lo estamos, la echo de menos con intensidad, es como un dolor en el pecho. No tengo ni idea de cómo fui capaz de dejarla sola en la isla durante días e incluso semanas por aquel entonces. Ahora ni siquiera me gusta ver a Liliana ir a correr sin mí, por lo que hago lo posible para acompañarla cuando lo hace alrededor de la finca al caer la tarde.

Lo hago porque quiero la compañía de mi mujer, pero también porque quiero estar seguro de que está a salvo. Aunque aquí mis enemigos no pueden llevársela, hay serpientes, arañas y ranas venenosas en la zona. Las probabilidades de que un animal salvaje la pique o la hiera de gravedad son pequeñas, pero no quiero correr riesgos.

Si le pasara algo, no podría soportarlo. Cuando Liliana tuvo el ataque de apendicitis, casi me vuelvo loco por el pánico y eso fue antes de que mi adicción por ella llegara a este nuevo nivel totalmente insensato.

Mi miedo a perderla está empezando a rozar lo patológico. Lo admito, pero no sé cómo controlarlo. Es una enfermedad para la que no parece haber cura. Me preocupo por Liliana de forma constante, obsesiva. Quiero saber dónde está cada momento del día. Rara vez está fuera de mi vista, pero cuando lo está, no me puedo concentrar, mi mente fabula accidentes mortales que le podrían ocurrir u otras escenas horripilantes.

—Quiero que le pongas dos escoltas a Liliana —le digo a Nikolai una mañana—. Quiero que la sigan a cualquier parte de la finca a la que vaya para que se aseguren de que no le pasa nada.

—De acuerdo. —Nikolai no pestañea ante mi extraña petición—. Trabajaré con Peter para dejar libres a dos de nuestros mejores hombres.

—Bien. Y quiero que me manden un informe sobre ella cada hora en punto.

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