"A La Normalidad"

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Finalmente, el avión aterriza suavemente en la finca

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Finalmente, el avión aterriza suavemente en la finca. La sensación de estabilidad en el suelo se siente extraña después de tantas horas en el aire. Cuando las puertas del jet se abren, un aire fresco llena la cabina y, al bajar la escalerilla, veo a Ana y Rosa esperándonos con lágrimas en los ojos.

Ana, una mujer que ha conocido a Dimitri desde que era niño, corre hacia nosotros y, al ver el estado de Dimitri, no puede evitar sollozar. Las lágrimas caen por su rostro mientras intenta abrazarlo con cuidado, preocupada por no causarle más dolor. Rosa, por su parte, se queda a un lado, con la mano sobre la boca, tratando de contener su llanto.

-¡Mi niño ! -exclama Maria entre sollozos-. ¡Oh, Dios mío, estás... estás...!

Dimitri, para mi sorpresa, la consuela. Con una suavidad que raramente muestra, coloca su mano en el hombro de Ana y le da una sonrisa tranquilizadora.

-Estoy bien, Maria -dice con una voz firme pero gentil-. Todo va a estar bien. No tienes por qué preocuparte.

María asiente, aunque las lágrimas siguen cayendo. Rosa se acerca y toma mi mano, sus ojos llenos de preocupación.

-Señora , ¿estás bien? -me pregunta con voz temblorosa.

Asiento, intentando darle una sonrisa tranquilizadora a pesar de que mis emociones están desbordadas. Todo lo que hemos pasado, toda la tensión y el miedo, parecen encontrar una salida en este momento, al ver la familiaridad y el calor humano que ofrecen Maria y Rosa.

Dimitri, todavía sosteniendo a Maria, le da un suave apretón en el hombro antes de soltarla.

-Vamos adentro -dice-. Necesitamos descansar y recuperarnos.

Caminamos hacia la casa, Maria y Rosa a nuestro lado, ofreciéndonos su apoyo. Siento una mezcla de alivio y agotamiento mientras cruzamos el umbral de la entrada. El cálido interior de la finca nos envuelve, y por un momento, parece que hemos dejado atrás el horror y la oscuridad de los últimos días.

-Dimitri, ¿podemos hablar?

Entro en el despacho de mi esposo y me acerco a su escritorio. Alza la vista a modo de saludo, y me quedo maravillada una vez más por lo muchísimo que ha avanzado en su proceso de recuperación durante las últimas seis semanas.

Ya le han quitado la escayola y los vendajes. La verdad es que Dimitri había afrontado su curación de la misma forma en que suele acometer cualquier otra ambición: con una obstinación implacable y una gran convicción. En cuanto el doctor Gober dio el visto bueno para quitarse la escayola, le faltó tiempo para ir a rehabilitación. Se había pasado los días ejercitándose durante horas para restablecer la movilidad y el funcionamiento del lado izquierdo del cuerpo. Donde no tiene los tatuajes, sus cicatrices se notan cada vez menos, por lo que hay días en los que casi olvido que estuvo gravemente herido y que pasó por un infierno del que había salido relativamente ileso.

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