"Enseñanza"

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Dimitri se levanta

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Dimitri se levanta. Contra todo pronóstico, no parece enfadado; de hecho, parece… contento.

—Creo que está bien empezar a entrenarte hoy —me dice a medida que se acerca a mí—. He sido demasiado blando contigo por tu falta de experiencia. No quiero romperte ni causarte daños irreparables.

El temblor se intensifica mientras da vueltas a mi alrededor como si fuera un tiburón. —Pero necesito empezar a formarte en lo que quiero que seas, Liliana . Estás muy cerca de la perfección, pero a veces hay ciertos fallos.

Me recorre el cuerpo hacia abajo con los dedos, me encojo cuando me toca, pero no se inmuta. —Por favor —susurro— por favor, Dimitri, lo siento.

No sé lo que siento, pero diría cualquier cosa ahora mismo con tal de evitar el entrenamiento, fuera lo que fuera.

Me sonríe. —No es un castigo, mi conejita. Es solo que tengo ciertas necesidades, solo eso y quiero que tú las satisfagas.

—¿Qué necesidades?

Mis palabras apenas se pueden oír. No quiero saberlo, de verdad que no, pero no puedo parar de preguntar.

—Ya las verás —dice, rodeando sus dedos en mi brazo y llevándome hacia la cama. Ya en la cama, coge la venda y la ata para cubrirme los ojos. Intento cogerle la cara, pero me retiene las manos tirándolas hacia abajo, de modo que me cuelgan por los lados.

Oigo ruidos de crujido, como si estuviera buscando algo más. El miedo me desgarra de nuevo y hago un movimiento convulsivo para quitarme la venda, pero me coge las muñecas y me las ata a la espalda. Entonces empiezo a llorar, no hago ruido, pero siento cómo la venda se humedece por las lágrimas.

Sé que ya estaba indefensa, incluso sin tener la venda o sin haberme atado las manos, pero el sentido de vulnerabilidad es mil veces peor ahora. Sé que hay mujeres a las que les va esto, que juegan a estos juegos con sus parejas, pero Dimitri no es mi pareja. No hay nada de seguro, sensato o consentido en lo que está ocurriendo aquí, si es verdad para que negar que me estoy acostumbrado a su tacto, a su calor.

Tampoco puedo negar que me gusta, a cualquier mujer le gustaría Dimitri. Si fuera en otro escenario, quizás estaría fascina con todo esto. Pero este mundo es desconocido para mí. Solo se servir en santidad, pero ahora Dimitri me a convertido en su puta personal.

—Por favor..... No soy una puta —término de decir esas palabras y siento como se detiene.

—Por supuesto que no lo eres, ¿crees que si fueras una puta me hubiera tomado la molestia de hacer todo esto?, no Liliana, con una puta mis tendencias sádica no tuvieron control. Sin embargo contigo tengo cierto control, aún que no lo parezca.

Sin embargo, cuando Dimitri se me aproxima al interior de las piernas y me acaricia, me horrorizo al notar que estoy húmeda. Esto le agrada. No dice nada, pero puedo sentir su satisfacción cuando comienza a jugar con mi clítoris, metiendo en alguna ocasión la punta del dedo para controlar mi respuesta a su estimulación. Hace movimientos seguros, sin dudar. Sabe exactamente qué hacer para excitarme, cómo tocarme para llegar al orgasmo.

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