Los autos estaban listos para comenzar la carrera. Habían sido cuidadosamente revisados. Los pilotos se encontraban ansiosos pues esa era una carrera importante: se jugaría la final del campeonato mundial. El piloto del auto rojo se llamaba Charles...
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Daniel la conoció en Mónaco. Estuvo allí unos días y luego se fue a otro país. Parecía libre, hecha para vagar por la tierra. Su cara también era bonita, pero fue su comportamiento lo que atrajo a Daniel.
Quedaron para tomar un café a la mañana siguiente. Daniel había planeado pagar, pero ella se le adelantó y se dirigió a la caja. Ella se rió y dijo que estaba bien.
Daniel le pregunta si quiere viajar por el mundo con él. Explorar cosas allá donde vayan. Pueden hacerse amigos y él no le pediría nada.
Para su alegría, ella acepta. Se sube al avión con él esa noche. Él jura que se enamora al verla mirar por la ventanilla. Había algo casi etéreo en ella que la hacía tentadora.
Quizá si hubiera sabido entonces lo que sabe ahora, habría hecho más por proteger esa mirada etérea. Para salvarla de los pensamientos estridentes que invadían su cabeza.
Recorren juntos el mundo. Daniel la arrastra a todos sus lugares favoritos. Nunca se da cuenta de cómo ella siempre miraba por encima del hombro. Cómo sonreía y decía que estaba bien, pero nunca parecía realmente cómoda.
Demasiado tarde para cambiar el pasado. No cuando a los cinco meses la besó tan fuerte que no supo cuándo terminó ella y empezó él.
No cuando ella lo ama tanto que se niega a dormir por él.
(...)
Había un hombre en el garaje que Daniel no reconoció. Ya había estado allí antes, había estado en el paddock durante las carreras.
Ahora sin embargo - Daniel tiene un hueso para escoger. Este tipo obviamente está incomodando a su chica. Sería un idiota si no lo viera.
Se acerca a su lado y le rodea la cintura con un brazo. "¿Todo bien por aquí? Pareces un poco perdido, colega". Daniel le lanza una sonrisa amistosa para intentar aliviar la tensión.
El hombre le fulmina con la mirada. Daniel le agarra la cintura un poco más fuerte para recordarle que está ahí si se produce un altercado. Pero... entonces se marcha sin decir ni una palabra más. Objetivamente, es uno de los encuentros más extraños a los que se ha enfrentado.
Daniel se vuelve para mirarla. Su cara se ha quedado en blanco y parece que podría estar enferma. «¿Conocías a ese tipo?»
Ella le dice que no. Lo cual, para crédito de Daniel, él sabe que ella no le está diciendo algo. Pero también sabe cuándo presionar y cuándo no.
En vez de eso, le besa la cabeza.
(...)
Ella está sentada junto a la ventana. Con una lata de Monster en la mano a la que da sorbos. Daniel se había acostumbrado a sus patrones de sueño. O mejor dicho, a su falta de sueño.
Las ojeras se han ido acumulando bajo sus ojos. Se despierta de un tirón durante el día, gritando y agitándose. Daniel tiene que calmarla antes de poder acercarse.
