Los autos estaban listos para comenzar la carrera. Habían sido cuidadosamente revisados. Los pilotos se encontraban ansiosos pues esa era una carrera importante: se jugaría la final del campeonato mundial. El piloto del auto rojo se llamaba Charles...
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El despertador de la mesilla de noche junto a Charles sonó dos veces y, tarareando, el joven monegasco estiró la mano para pulsar el botón de parada. Frotándose la cara, rodó hacia un lado donde su novia seguía plácidamente dormida, con un aspecto bastante mono.
"Bon jour, ma cherié (buenos días, cariño)", le susurró suavemente al oído mientras sus ojos empezaban a abrirse. "¿Adivina quién tiene que ir a trabajar?".
Ella frunció las cejas, molesta porque Charles sabía lo mucho que odiaba despertarse temprano por la mañana, pero no por ello dejaba de burlarse de ella. Sin embargo, antes de que pudiera darle una respuesta adecuada, un suave estornudo escapó de su nariz.
Charles se rió entre dientes, pero ella le dio un codazo en las costillas.
"Cállate, estoy bien" espetó ella, acurrucándose aún más bajo las mantas.
Charles frunció el ceño con escepticismo y le besó suavemente la frente.
"Cherié (cariño), estás ardiendo" se dio cuenta preocupado. "No puedes ir a trabajar así. Puede que necesites una medicina o algo".
"No necesito nada. He dicho que estoy bien y ahora me voy a trabajar, muchas gracias", insistió ella.
Intentó levantarse de la cama pero Charles la mantuvo en el suelo.
"Desde luego que no" se negó a dejarla. "Estás enferma y necesitas descansar, vuelve a dormir".
"Pero mi jefe..."
"Yo me encargo de tu jefe, tú descansa".
"Tengo que entregar mi informe hoy" objetó ella. "Y tenemos una reunión por la tarde".
Charles suspiró pesadamente. Nunca entendió esa obsesión suya por su trabajo, ni siquiera le gustaba su puesto actual.
"Cherié, no estoy negociando por eso", aclaró. "Te vas a tomar el día libre porque estás enferma. Y para serte absolutamente sincero, me debes un día juntos, los dos solos. Apenas te he visto desde que volví de Abu Dhabi".
Hizo un mohín malhumorado y se cruzó de brazos frente al pecho, aceptando la derrota.
"Esa es mi chica" Charles rió entre dientes besando su mejilla. "Déjame hacer unas llamadas primero y luego no tengo nada que hacer más que cuidar de mi niña".
Ella le sacó la lengua mientras salía de la cama y luego rodó hacia su lado, exhalando un pequeño suspiro. No estaba contenta de quedarse en casa pero, de alguna manera, la perspectiva de que Charles cuidara de ella la fascinaba y, sin duda, lo estaba deseando.
Charles volvió al dormitorio con un vaso de agua y unas pastillas para la fiebre. Su novia, por otro lado, casi se había dormido de nuevo y tarareó insatisfecha cuando él se acercó y le besó la mejilla.
"Cansada", murmuró somnolienta.
"Lo sé, cherié", Charles le pasó los dedos por el puente de la nariz. "Te prometo que en cuanto te tomes la medicina, te dejaré dormir".
La ayudó a incorporarse y, suspirando, ella cogió las pastillitas de su mano y se las tragó con un fuerte sorbo de agua.
"Buena chica" saludó Charles colocando el vaso medio vacío sobre la mesilla de noche. "Ven aquí".
Se tumbó a su lado y la rodeó con un brazo mientras ella se acercaba para apoyar la cabeza en su pecho.
"Ya estoy mejor" suspiró satisfecha y cerró los ojos.
Charles no pudo evitar sonreírle con ternura. Con su apretada agenda en la F1, apenas la había visto en los últimos meses. Ni siquiera sabía que se había perdido esto. Definitivamente no le gustaba verla destellar por la fiebre, los estornudos y la tos y las lágrimas corriendo por sus ojos mientras jadeaba para respirar, pero ciertamente le gustaba verla en sus brazos y no lo cambiaría por nada del mundo.
"Duerme bien, ángel", le susurró suavemente, besándole la cabeza. "Aquí estaré".
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