37. Obligación.

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(En el palacio de Zephyr)

Nadia caminaba por los pasillos bastante intrigada de saber qué había pasado. Los rumores sobre Mayl habían llegado a sus oídos, pero su paradero era un misterio. Se preocupó mucho al ver llegar a Zephyr en la noche, con una sonrisa satisfactoria y un poco de sangre en los pliegues de su ropa.

Sus manos le temblaban al pensar en un destino cruel para Mayl. Realmente estaba preocupada por esa ladrona, por ella, quien había demostrado ser una verdadera aliada.

Suspiró sujetando sus frías manos. El sonido de sus tacones resonaba a lo largo del pasillo, caminaba en dirección al patio privado, allí es donde puede conciliar la calma.

Sumergida en sus pensamientos, fue sorprendida por un galón inesperado. Cuando pudo asimilar la situación, se encontraba sobre sábanas blancas en una acolchada cama, atada de brazos al espaldar de la cama.

—¡Ya me hartaste, Nadia!—condenó Zephyr cerrando la puerta tras de él, probándola de la luz de las ventanas. Se acercó a ella con pasos fuertes y mirada feroz.

—¡¡Déjame!!—Nadia luchaba para liberarse, pero ni la cristalización la ayudaba a romper las cadenas.

Zephyr se subió a la cama, esquivando con facilidad las patadas de ella. Deslizó su rodilla entre sus piernas, apoyó las manos al costado de su rostro, su cabello castaño claro rosaba sus mejillas.

—¡Aléjate!—gritó, luchando en vano por escaparse.

—Haz sido la mujer más complicada con la que me he topado; me haz causado muchos problemas.—confesó con una sonrisa astuta mientras jugueteaba con los mechones de su cabello.

—¡Déjame! ¡¡SUÉLTAME!!—cristalizaba su cuerpo, pero Zephyr arrancaba sin piedad los cristales antes de su propagación, ocasionándole un dolor intenso.

—No quiero hacerte daño, Nadia. No quiero que tengas el mismo destino que tu amiga, la chica pelirroja.—entrelazó el mechón de su cabello entre sus dedos para olerlo sin despegar la mirada.

—¿Qué.... le hiciste?—tragó grueso, perdiendo las fuerzas ante los peores pensamientos.

—Algo mejor de lo que te pasará a ti si no colaboras.—susurró esas palabras tan cerca de su oído que ocasionó escalofríos en todo su cuerpo.

—¿Colaborar?

—Sí... comienza por cerrar los ojos.—sonrió con malicia.

—No...

—Vamos, ciérralos, no me hagas perder la paciencia.—sujetó con un poco de fuerza su cuello.

Nadia desvió la mirada, su respiración estaba tan agitada como para hacer subir y bajar su pecho con velocidad. No encontraba una manera de escapar, de hecho, ahora el miedo nublaba sus sentidos. Nunca se había permitido estar en esa situación con él y ahora que lo está, no sabe qué hacer.

Con el corazón a millón, cerró los ojos porque sentía como cada vez oprimía más su cuello. Al ver su obediencia Zephyr amplió su sonrisa, acercó sus labios al cuello y la besó sutilmente, seguido, lamió grandes zonas con lentitud.

—Ah.... n-no...—su voz temblaba tanto que le impedía terminar de hablar.

—Eres muy suave, Reina.—deslizó su mano desde la mejilla hasta el pecho, recorriendo su cuerpo como un arpa, y con su mano libre, acariciaba la curva de su cintura.

—No toques... detente... por favor...

—¿Por qué no? Puedo hacerte sentir mejor de lo que lo hace Takeshi.

Luang. De Lord a plebeyo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora