50. Solo uno vivirá.

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Entre la oscuridad de la batalla, como sombras rápidas, Mayl y Ryuko se escabulleron al palacio, burlando los guardias con extrema facilidad y caminando atentos por los pasillos, dispuestos a entrar en combate en caso de ser descubiertos.

—Tiempo que no recorría estos impecables pasillos.

Ryuko miró para corroborar sus palabras, y se sorprendió de lo muy pulidos que estaban.—La próxima vez que pasemos, viste con falda, por favor.

Con incredulidad, Mayl inclinó la cabeza y miró el piso. Al darse cuenta lo miró con cara de póker y le atinó un golpe en su brazo.—Imbécil... dale pues.—rió con sutileza, pero ambos fueron alertados por un taconeo que se acercaba a ellos.

Se escondieron detrás de las estatuas y atentos se quedaron viendo. Los tacones se escuchaban cada vez más fuertes hasta que vieron de quien se trataba. Una cara seria con una mirada vacía, su cabello se movía con su caminar, era Nadia caminando sin rumbo.

Mayl salió de su escondite con una sonrisa que iluminaba su rostro, pero al acercarse y extender su mano para tomar la de Nadia, algo cambió. Nadia, con una precisión mortal, tensó su mano y, en un movimiento rápido y brutal, golpeó el cuello de Mayl. La chica se desplomó al suelo, un grito ahogado escapando de sus labios.

—¡MAYL!— Ryuko emergió de su escondite como un rayo, arrodillándose junto a ella. El horror se apoderó de él al ver cómo convulsionaba levemente en el suelo, incapaz de respirar.

Con el corazón en la garganta, Ryuko alzó la vista hacia Nadia, que se acercaba con una mirada feroz. Ella levantó la pierna para asestarle un golpe en la cabeza. Sin pensarlo, Ryuko se defendió con el brazo y, antes de que ella pudiera lanzar un segundo ataque, tomó a Mayl en sus brazos con una combinación de cuidado y urgencia y huyó.

Los ecos de los tacones de Nadia resonaban como un tambor en su mente mientras corría. Mayl estaba en sus brazos, aún en estado de shock, respirando con dificultad; cada inhalación era un esfuerzo titánico.— ¡Por favor, Mayl, resiste!— imploró mientras aumentaba la velocidad. Entró a una habitación y cerró la puerta metálica con un golpe sordo, asegurándola con el trancadero.

Con manos temblorosas pero decididas, colocó a Mayl en el suelo, sosteniendo su nuca con delicadeza. Los golpes contundentes contra la puerta resonaban como un presagio de lo que estaba por venir. Mayl no podía esperar más; había luchado demasiado contra la asfixia y el dolor. La angustia se apoderaba de Ryuko mientras luchaba por mantener la calma. Con movimientos rápidos y precisos, reacomodó su cuerpo en el suelo para aliviar las convulsiones que aún sacudían su frágil figura.

—¡Mayl, resiste!— La impotencia lo invadió al verla, sintiendo cómo la vida se desvanecía en sus ojos. —¡Mayl!...

La convulsión se detuvo, pero su cuerpo permaneció inmóvil, su piel tornándose en un tono morado por la falta de aire. Ryuko sintió que el tiempo se detenía, cada segundo una agonía interminable. —¡Mayl, por favor!— Su voz era un grito ahogado, una súplica desesperada que resonaba en el silencio.

Recordando aquellos momentos compartidos con humanos, se lanzó a realizar respiración boca a boca y maniobras de reanimación. La inseguridad lo invadía; ¿estaba haciendo lo correcto? Cuanto más intentaba revivirla, más recuerdos lo asaltaban, llenándolo de incertidumbre y miedo. —¡Mayl! Por favor... ¡reacciona!— Su voz se convirtió en un susurro desgarrador mientras observaba sus ojos vacíos, pero él se negaba a rendirse. Con determinación, unió sus labios en un último intento desesperado.

Su pecho se hinchaba con cada inhalación que le ofrecía, hasta que, finalmente, un estertor rompió el silencio: Mayl comenzó a toser, el signo de que su respiración volvía a funcionar.

Luang. De Lord a plebeyo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora