Capítulo 9

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Navarro llegó a comisaría de buen humor. Había estado pensando en lo que le había dicho Freddy en el patrulla el día anterior y había llegado a la conclusión de que el comisario tenía la razón. No valía la pena sufrir tanto por una persona que, cuando todo está dicho y hecho, se escogería a sí mismo por encima de cualquier otro.

Y si tenía un poco de suerte, no tendría que enfrentarse a esa decisión de elegir entre lo uno y lo otro por un buen tiempo. Hasta entonces, era mejor disfrutar de lo que estaba construyendo en Los Santos: sus amigos, sus compañeros, su empleo, sus chatis.

Y hablando de chatis, haberse encontrado con Gabriela había sido la cereza del pastel para arreglar su humor.

Desde el primer día que la conoció, le había parecido una mujer atractiva, pero hoy por primera vez notó su cabello, el cual contrastaba perfectamente con su tes pálida. Con lo mucho que estaba pensando en eso, Isidoro se empezó a preguntar si tal vez tenía preferencia por las pelinegras.

Cuando entró al vestuario para ponerse el uniforme, se encontró con Fila, a quien hace días no veía.

—¡Filadelfo!—lo saludó Isidoro, alargando las vocales y subiendo el tono de voz—¿Como has estado, tete?

—¡Hombre, Isidoro!—respondió Fila con una sonrisa—Pues todo bien. Trabajando como un cabrón. ¿Y tú qué tal?

—Yo de puta madre.—Se acercó a Filadelfo y agregó a forma de secreto:—He quedado con una tía para más tarde.

Por el tono que usó Isidoro, el otro sabía que el peliblanco iba a pinchar. Soltando una risa, lo felicitó y le dijo que esperaba saber cómo le iba con eso.

—Hace tiempo que no coincidimos. A ver si patrullamos un día de estos—le dijo Fil a Isidoro.

—Ya. Si fuera por mí, estaríamos patrullando juntos, tete. Es el Trucazo que me tiene preso.

—¿No te deja patrullar con nadie más?—preguntó incrédulo. Cuando Isidoro asintió, el muchacho agregó:—Hostia, pero qué raro. Freddy siempre ha sido de patrullar sólo o con rangos altos. Creo que nunca lo había visto con un oficial.

—Me odia, tete.

—No, hombre. No creo.

—Que sí, tete. Hazme caso. No me puede ver ni en pintura.

Mientras hablaban, Isidoro se desvestía y se colocaba el uniforme lentamente, queriendo alargar la conversación con su compañero.

—El primer día que patrullamos sólo hicimos un atraco juntos. Terminó suspendiendome por el resto del turno y me mandó a casa. Y los últimos dos días sólo hablamos por cinco minutos en todas las horas del turno. Y fue porque yo inicié la conversación.

Filadelfo soltó una carcajada.—Pues va a ser que sí te odia, sí.

Isidoro también se rió.—Te digo que sí.

—¿Pero por qué? ¿Le has hecho algo?

Isidoro se encogió de hombros.—Yo que sé, tete. Solo llevamos tres días patrullando. Y la semana anterior estuve con Gustabo y traté de no cruzarme con él. Aunque a veces lo notaba observándome, como si me juzgara. Yo la verdad es que creo que le caí mal desde el primer momento.

—Pero es que es muy raro todo. Si te odia, ¿por qué patrullar contigo siempre?

—Pues para tenerme vigilado, seguro.

—No sé yo, eh. ¿Y si no te odia sino que le gustas?—opinó Fila.

—¿Pero cómo le voy a gustar a Trucazo? Tú estás tonto, Filadelfo—dijo Isidoro, ceño fruncido.

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