Capítulo 3

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La idea de Gustabo era bastante simple: dejar que Isidoro tomara el mando en las negociaciones y hacerlo conducir en las persecuciones. Era en situaciones como esas en las que se podía ver realmente cómo eran los policías y si en verdad eran serios y buenos en los hacen. Y ya que Freddy le había pedido que se ganara su confianza, pretendía actuar como el mejor jefe que existiera.

—Negocia—ordena el rubio apenas llegan a una alerta de robo de ammunation.

Isidoro sale del patrulla, megáfono en mano, caminando con ese movimiento de cabeza de lado a lado y se detiene frente a la puerta del lugar. El atracador debía estar dentro, pues no había nadie en los alrededores.

El oficial procede a gritar por el megáfono.

—¡Buenas tardes, atracador de mierda...!

—No, no, no—lo interrumpe Gustabo, aunque por su tono se notaba que estaba aguantando una risa.— ¿Pero cómo le vas a decir eso a un atracador, tío?

—Que no pasa nada, Gustabo. Todo el que roba es una mierda.

Por más que se aguantó, el inspector no pudo evitar la risita que se le salió. Igualmente, intentó disimularla con una tos y aclarándose la garganta.

—A ver, Isidoro, que no podemos ir por la vida tratando así a los atracadores. No te cuesta nada ser amable.

Por más que Gustabo se pusiera serio ahora, Isidoro no pasó por alto la risita y el brillo en sus ojos que indicaban que encontraba divertida la situación.

El oficial quería tantear el terreno y ver qué tanto le permitía el rubio. De momento, esa pequeña risa era buen indicio.

La puerta del establecimiento se abrió, y del lugar salió un hombre con una máscara que parecía un extraterrestre: colores llamativos, un ojo gigante en el centro y un par de antenas.

—¡Hombre, pero si es el Isidoro!—exclamó el enmascarado.

—¡Panchito!—saluda el oficial.

El atracador soltó una serie de silbidos y llevó su mano derecha a su frente, donde formó con sus dedos una "L." Isidoro, como si fuera lo más normal del mundo, lo imitó e incluso agregó un pequeño baile al asunto.

—Yo no estoy entendiendo nada—murmura Gustabo, frotando su frente.

Gustabo no sabía si le sorprendía más el hecho de que claramente se conocían, aún cuando Navarro sólo llevaba al rededor de una semana en la isla, o la actitud relajada y de colegueo que llevaba el oficial.

El inspector tenía la leve sospecha de que acabaría el día con una migraña.

—Bueno, vamos a ver—dice Isidoro, dando un alto a la tontería de ambos—. ¿Tienes rehenes?

—Claro. Al tendero—le responde el atracador.

—¿Sabes cómo se llama?

—No.

De la nada, para sorpresa de Gustabo, quién miraba todo desde una distancia prudente, Isidoro le dió un puñetazo al atracador.

El ladrón soltó un pequeño quejido, pero ya que no hizo mayor escándalo, el rubio asumió que el golpe fue leve.

—¡Pues vas y le preguntas cómo se llama! Y de paso le pides perdón—le grita Navarro, atinando otro golpe en la cara del atracador.

Hubo un instante de tensión y quietud. La calma antes de la tormenta.

Ningún agente de bajo rango, como era el caso de Isidoro, se hubiera atrevido a hablarle de esa manera a un atracador. Mucho menos golpearlo. Con lo impredecible que es la gente, y más aquellos que se dedican al lado criminal, cualquier cosa podía ser detonante para acabar con una navaja en el cuello o una bala entre ceja y ceja.

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