Cuando llegaron al hospital, se sintieron abrumados por la cantidad exagerada de heridos que había en el lugar. Con todo esto, Gustabo había olvidado por un momento que la isla estaba en medio de una oleada de incendios, lo cual explicaba el número desbordado de personas en el hospital.
Freddy, que ya estaba superando su shock inicial, agarró de la bata a un médico que pasaba por su lado.
—¿Isidoro Navarro?—preguntó cortante.
El doctor lo miró con una ceja alzada e hizo un gesto en la dirección general de la sala de emergencias. —¿Usted sabe cuánta gente está aquí por los incendios? No sé ni de quién me habla.
—Uno de pelo blanco—dijo Gustabo, voz más suave que la del comisario—. Vino por un accidente de tránsito, no por los incendios.
—Aah, el del accidente—el doctor hizo que Freddy soltara el agarre que seguía teniendo en su bata blanca y luego señaló a unas puertas de madera que estaban en un área diferente, lejos del caos de la sala de emergencias—. Debería seguir en cirugía.
Si la dupla ya estaba preocupada de por si, enterarse de que el peliblanco estaba en cirugía no hacía nada para menguar la incesante ansiedad en sus pechos.
—¿Cómo que cirugía? ¿Por qué? ¿Qué le pasó?—pregunta Freddy, un tono más alto del necesario.
—El paciente ingresó con una herida a la altura del brazo bastante profunda. Al ser producto de un accidente automovilístico, el corte es propenso a infecciones. Luego del chequeo inicial, donde se logró controlar el sangrado, y la toma de TC* y radiografías, se ingresó a cirugía para limpiar la herida, estudiar qué tan profunda es, y luego cerrarla.
—¿Tarda?—pregunta Gustabo.
—Todo depende de qué tan grave sea la laceración, pero podría tardar un par de horas—el doctor intercambió miradas con los dos policías—. Si gustan, pueden esperar dentro de la sala, o pueden irse y dejar su número con la enfermera encargada para ser notificados.
No había fuerza humana o sobrehumana que pudiera obligar a Freddy a dejar ese hospital sin antes ver con sus propios ojos que Isidoro estaba fuera de peligro.
El rubio le agradeció al doctor, y los dos policías caminaron rápidamente hasta las dobles puertas que antes había indicado el médico.
La sala era más bien un largo pasillo. Sólo constaba de sillas pegadas a la pared, donde podías esperar a que saliera alguien a darte noticias. Hasta el fondo de la sala habían otras puertas dobles, con los letreros de "Sala de Cirugía" y "Solo Personal Autorizado" sobre ellas.
Aparte de ellos, habían un par de personas a la espera de alguna información de sus seres queridos.
La sala era, en pocas palabras, depresiva. Reinaba el silencio y podías sentir el latente peso de la desesperanza. Resultaba un poco agobiante, incluso.
Sin más que hacer, Gustabo se sentó, mientras que Freddy optó por caminar el pasillo de lado a lado, cara seria.
El rubio observaba a su compañero. Era inusual su comportamiento. Freddy era del tipo de personas a la que no le importaba lo que le sucediera a los demás. Tenía un sentido de pertenencia con la isla, y era por eso que la protegía por cualquier medio posible, pero no era igual con las personas. Y era por eso que a Gustabo le sorprendía un poco ver la angustia en los ojos del gallego.
No creía que tuviera algo que ver con haber pasado una noche juntos. El rubio estaba seguro que Freddy había tenido más de un encuentro casual a lo largo de su vida; eso no era suficiente para convertirse en alguien importante para Trucazo. Gustabo intuía que el gallego empezaba a tener sentimientos por el peliblanco, pero Freddy sería rápido en negar esa lógica.

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Bloom
RomanceLuego de verse envuelto en un escándalo en su antigua comisaría, Isidoro pide su traslado a Los Santos, lo más lejos posible de su antigua vida que tanto dolor le trae. Para evitar aún más daño y para proteger la identidad de quien lo ayudó a huir...