Capítulo 1

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—Y aquí está la armería.

Un agente de cabello rubio con acento catalán le estaba dando la ruta por la comisaría a Isidoro, quién empezaba a trabajar ese día en Los Santos.

—Vale, tete. Muchas gracias.—Isidoro le sonríe ampliamente al agente que lo ha acompañado hasta el momento.

Isidoro cree notar que el agente se sonroja levemente pero el contrario aparta la mirada rápidamente, así que no está del todo seguro de lo que vió.

—¿Necesita algo más, Oficial Navarro?

—De hecho, sí. ¿Me puedes llevar a la oficina del superintendente?

Aún había papeleo que debía firmar para oficializar completamente su traslado a la isla, y tenía que hacerlo antes de que empezara su turno.

Luego de explicarle esto a su guía, el agente asintió y se dirigió hacia la escalera. Subieron hasta el tercer piso, caminando en silencio todo el recorrido.

No mucho tiempo después, ambos se detienen frente a una puerta cerrada. El rotulador marcaba que esta era la oficina del superintendente Conway, pero por más que llamaran a la puerta, no parecía haber nadie.

El agente comprueba su tablet y le informa a Isidoro que el superintendente no estaba de servicio.

—Pero está el comisario. Creo que él te puede ayudar. Le avisaré por radio—informa el rubio mientras agarra la radio que tiene enganchada a la altura del hombro—. Comisario, aquí Jordi Serra por su frecuencia. ¿Se encuentra usted disponible?

10-4, Serra. Dime—contesta una voz grave con acento gallego al otro lado de la radio.

—Estoy aquí con Isidoro Navarro, el traslado. Se ve que necesita terminar un papeleo antes de su primer turno pero el super no está de servicio. ¿Usted puede ayudarlo?

Eh...—hay una pausa en la que se escucha que se está bajando de un coche.—Bueno. Acabo de llegar a comisaría, ¿donde estáis?

Frente la oficina del super.

Vale. Subo en un minuto.

Dicho y hecho, en poco tiempo vieron en el pasillo a un hombre pelinegro, alto y tatuado caminando hacia ellos. El hombre no llevaba uniforme sino una camisa negra y unos pantalones cargo beige. Lo único que lo identificaba como agente de la ley era la placa que llevaba colgada al cinturón.

El agente al lado de Isidoro saluda al recién llegado, rápidamente llevando su mano a la altura de su frente.

El comisario hizo un gesto con la mano y el agente bajó el brazo, relajando su postura de inmediato.

—Buen servicio, pituco. Puedes retirarte.

Isidoro no se había movido ni un centímetro desde el momento que lo vió en el pasillo. No sabía muy bien qué pero había algo en el pelinegro que captaba su mirada de tal forma que era difícil no mirarlo. El comisario tenía un aura poderosa, algo que gritaba que no te gustaría tenerlo de enemigo.

Una vez que el agente se retiró, el comisario bajó su mirada hacia Isidoro, quitándose las gafas de sol que tenía y revelando unos ojos tan oscuros como el cielo nocturno. Su mirada era penetrante, por decir lo mínimo.

—Tú debes ser Isidoro.

El sonido de su nombre en la voz profunda del gallego lo sacó de su estupor.

—El mismo que viste y calza, tete.

Sonriendo de la forma más genuina y carismática que pudo, Isidoro extendió su mano hacia el comisario, quién la miró con desdén y se cruzó de brazos, dejando al más bajo con el brazo alzado.

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