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Feli caminaba por los pasillos del instituto Saint Claire con los nervios a flor de piel. Había conseguido la beca y había aprobado el examen, pero ahora enfrentaba algo aún más desafiante: encajar en un lugar donde todos parecían tener mucho más de lo que ella jamás había soñado. Mientras trataba de orientarse en el enorme edificio, giró una esquina y chocó ligeramente con alguien.
—Perdón —dijo rápidamente, levantando la vista.
Y ahí estaba. Frente a ella, con una sonrisa que irradiaba una mezcla de confianza y diversión, estaba Victoria. Llevaba una chaqueta de cuero sobre su uniforme, y su cabello castaño rojizo caía en ondas perfectas por sus hombros. Sus ojos azules brillaban de una manera casi hipnotizante.
—Tranquila, baby, no pasa nada —dijo Victoria, su voz profunda y suave al mismo tiempo.
Feli se quedó congelada. No era tanto por el accidente, sino por la forma en que Victoria la miraba, como si hubiera estado esperando este encuentro.
—Eh... hola —respondió Feli, todavía sorprendida—. Soy Feli, acabo de empezar aquí.
Victoria inclinó la cabeza ligeramente, evaluándola, y luego sonrió de lado.
—Feli, ¿eh? —repitió, saboreando el nombre—. Me gusta. Yo soy Vic, pero puedes llamarme Vicky... o Vichi si te atreves.
Feli soltó una pequeña risa ante la confianza con la que Victoria le hablaba. Nadie en su vida le había hablado así tan pronto después de conocerla.
—Vichi, ¿eh? —bromeó Feli, probando el apodo—. Me gusta.
Victoria se acercó un poco más, reduciendo la distancia entre ellas.
—A mí también me gusta cómo suena cuando lo dices, linda —le dijo con una sonrisa traviesa.
El corazón de Feli comenzó a latir más rápido. Había algo en la forma en que Victoria la miraba, como si fueran las únicas dos personas en todo el pasillo. Y aunque acababan de conocerse, la conexión que sentía era palpable.
—Oye, nena, ¿necesitas que te muestre el lugar? —preguntó Victoria de repente, sin dejar de mirarla.
—¿Me lo dices en serio? —preguntó Feli, un poco incrédula.