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El dinero es lo único que he tenido constante en mi vida. Desde los quince años, aprendí que la gente te da dinero a cambio de lo que quieren. Yo les doy lo que quieren, ellos me dan lo que necesito. No es glamoroso, no es algo que soñé de chica, pero me ayudaba a sobrevivir. Hasta que la conocí.
Victoria.
Desde la primera vez que entró a la habitación, supe que ella era diferente.
No porque me tratara mejor o peor que otros clientes, sino porque cada vez que la veía, sentía algo en mí cambiar. Quizá era el modo en que sus ojos se clavaban en los míos, el sonido de su voz o cómo, después del sexo, se quedaba unos minutos en silencio, observando el techo, pensativa. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, cada palabra suya me llegaba al corazón. Y yo, estúpida, empecé a enamorarme.No debería haberlo hecho. Sabía que para ella solo era un intercambio más.
Dinero, placer, y luego ella volvía a su vida. Pero con cada visita, cada mirada, me iba perdiendo más y más en una fantasía que nunca debió existir.Un día, no aguanté más. Durante una de nuestras "sesiones", cuando su respiración aún estaba agitada y sus labios se curvaban en esa sonrisa satisfecha, le dije:
—Vic... creo que te estoy empezando a querer.
Ella se rió. No una carcajada cruel, pero una risa pequeña, casi como si no me tomara en serio. Giró hacia mí, todavía desnuda, y me dijo lo que más me dolió escuchar.
—Feli, solo sos una prostituta. Esto es solo sexo.
Esas palabras fueron un puñal directo al corazón. Me quedé en silencio, sintiendo que el aire se escapaba de mis pulmones. Mì mundo se vino abajo en cuestión de segundos. Todo lo que yo había imaginado, todos esos pequeños momentos que había atesorado... se desvanecieron. Me levanté de la cama, temblando de rabia, tristeza, y un dolor tan profundo que sentía que me iba a romper en pedazos.
—Llevate tu dinero —le dije, lanzándole los billetes que estaban en la mesita de noche—. No vuelvas a buscarme,
Victoria. Ya no.Ella me miró, confundida, pero no dijo nada. Simplemente recogió sus cosas y se fue, dejándome sola en esa habitación vacía, con el peso de mis sentimientos aplastándome.
Esa noche... esa noche no pude soportarlo más. Victoria era lo único que me había hecho sentir un atisbo de felicidad, algo parecido a pertenecer.
Pero ahora, sin ella, ya no me quedaba nada. Me tomé todo lo que pude encontrar en mi pequeña caja de medicamentos. Las pastillas, el alcohol... todo. Quería desaparecer, dejar de sentir ese vacío.