🎀EL PERÍODO 🎀

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Era una tarde gris en San Juan, y las nubes cargadas de humedad parecían amenazar con un aguacero que tardaba en caer. Victoria observaba la ventana de su apartamento mientras el sol se escondía detrás de las nubes. Sabía lo que venía, no solo por el clima, sino por las señales que Feli había mostrado en los últimos días. Llevaban varios meses viviendo juntas, y ya podía anticipar los días en que Feli estaba a punto de tener su periodo.

El primer indicio había sido la noche anterior, cuando Feli, normalmente tan animada, se había quejado de dolor de cabeza mientras intentaban ver una serie en el sofá.

—¿Querés un ibuprofeno, nena? —preguntó Victoria, con una mano acariciando suavemente el cuello de Feli.

—No... creo que solo necesito dormir. Me siento rara... como si me estuviera por venir ya —murmuró Feli, frunciendo el ceño con una mueca de incomodidad.

Victoria dejó la serie a un lado y llevó a Feli a la cama, sabiendo que esos días eran siempre un desafío para su novia.

La mañana siguiente, Feli salió del cuarto con la cara pálida y ojerosa. Apenas podía caminar sin sostenerse del marco de la puerta.

—Mi amor... ¿cómo amaneciste? —preguntó Victoria desde la cocina, preparando un desayuno sencillo, esperando que algo ligero ayudara a mejorar el humor de Feli.

Feli no contestó de inmediato. Caminó lentamente hacia la mesa del comedor, arrastrando los pies mientras se sujetaba el vientre.

—Vicky, no me puedo ni mover... no sé por qué este mes me está matando más que los anteriores —dijo Feli con un suspiro frustrado, dejándose caer en una silla.

Victoria apagó la estufa y se acercó a ella rápidamente, envolviendo sus brazos alrededor de los hombros de Feli desde atrás, besando suavemente su cuello.

—Preciosa, vení, acostate en el sillón. Dejá que yo me encargue de todo hoy, ¿sí? No tenés que hacer nada más que descansar.

Feli levantó la vista, sus ojos marrones cargados de cansancio, y asintió con una sonrisa débil.

—Gracias, amor. No sé qué haría sin vos —murmuró, caminando con esfuerzo hasta el sillón. Cada paso le pesaba más, y Victoria la guiaba con cuidado, apoyándola por la cintura.

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