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Feli se encontraba en su cuarto, sentada al borde de la cama, mientras las lágrimas caían silenciosas por su rostro. Su pecho se comprimía con cada respiración, y aunque intentaba calmarse, la ansiedad era una sombra que se cernía sobre ella, haciéndola sentir como si el aire no llegara del todo a sus pulmones. Victoria llevaba semanas distante, ausente tanto física como emocionalmente, y cada vez que Feli intentaba hablar con ella, algo las interrumpía o, peor aún, Victoria simplemente lo evitaba.
Había una razón que martillaba en la mente de Feli: Velia. Desde que Velia había reaparecido en la vida de Victoria, todo parecía haber cambiado. Velia era una vieja amiga de Victoria, alguien que había estado presente mucho antes de que Feli llegara a su vida. Aunque Victoria le había asegurado que no pasaba nada entre ellas, Feli no podía evitar sentir una punzada de inseguridad cada vez que pensaba en los dos viajando juntos, compartiendo tiempo que antes era solo suyo.
Esa noche en particular, Feli no podía más. El aire se le hacía cada vez más escaso, y el peso en su pecho la aplastaba. Sabía que estaba al borde de un ataque de ansiedad. Temblaba, y su vista se nublaba entre las lágrimas. Su teléfono, al borde de la cama, comenzó a sonar con insistencia. Era Mariana, su mejor amiga, pero Feli no tenía fuerzas para contestar. Cuando la llamada se cortó, apenas segundos después llegó el mensaje de voz:
—Feli, por favor, respóndeme. Estoy preocupada, sé que algo no anda bien. Si no me contestás, voy para allá.
Feli trató de respirar profundamente, pero todo a su alrededor se sentía desmoronar. Con las manos temblorosas, finalmente llamó a Mariana, el único refugio que sentía que le quedaba.
—Mari... —susurró apenas cuando la voz de su amiga resonó al otro lado de la línea—. No puedo respirar... No puedo...
—Feli, ya voy para allá. Aguantá, ¿sí? Estoy yendo.
Mariana no tardó más de diez minutos en llegar, aunque para Feli esos minutos parecieron una eternidad. Estaba sentada en el suelo, abrazada a sus rodillas, temblando mientras trataba de contener el torbellino que era su mente. Al escuchar la puerta abrirse, levantó la cabeza apenas, encontrando los ojos preocupados de Mariana.