Victoria se quedó sola en la habitación, sintiendo cómo el peso de las palabras de Feli caía sobre ella como una tormenta. No podía moverse, no podía reaccionar. Solo podía pensar en el dolor en los ojos de Feli, y en la rabia de sus últimas palabras, aquellas que revelaban todo lo que ella había tenido que vivir y que nadie, ni siquiera Victoria, había entendido o cuidado. Jamás imaginó que algo tan profundo pudiera estar escondido detrás de esa sonrisa que tanto le gustaba.
Las horas pasaron como en una nebulosa. Cada rincón del campus le recordaba a Feli: los pasillos donde se cruzaban, la cafetería donde compartían el almuerzo, el banco bajo el árbol en el jardín donde, apenas unas semanas antes, le había confesado cuánto la quería. Pero ahora, cada lugar parecía vacío y triste, como si algo esencial se hubiera quebrado dentro de ella.
Los días siguientes se volvieron aún más difíciles. Las miradas de sus compañeros parecían juzgarla, y los amigos con los que había compartido la apuesta ahora la miraban con una mezcla de lástima y burla. Victoria se sentía como un fantasma, recorriendo los mismos lugares que antes solían hacerla feliz, pero sin encontrar consuelo. En las clases apenas podía concentrarse; cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Feli, destrozada y decepcionada, volvía a ella, recordándole que lo había perdido todo por una estupidez.
Una tarde, mientras estaba sola en la biblioteca, encontró algo de Feli que se le había caído: un cuaderno de notas. Lo reconoció al instante, pues había visto a Feli escribir en él durante sus ratos libres, aunque nunca había sabido qué guardaba en sus páginas. Dudó antes de abrirlo, pero la curiosidad y la necesidad de aferrarse a algo de ella fueron demasiado fuertes.
Entre las páginas, encontró pequeños dibujos de corazones rotos y frases como "¿Por qué todos me ven como un trofeo?" y "¿Algún día alguien me amará de verdad?" Cada frase, cada dibujo, era una muestra del dolor y de la inseguridad que Feli había llevado consigo, y que Victoria, en su ceguera, nunca había visto.
Un mes después
Después de semanas de tortura emocional, Victoria no pudo más. Necesitaba encontrar a Feli, necesitaba explicarse. Sabía que tal vez nunca lograría el perdón, pero al menos necesitaba que Feli escuchara su versión. A través de conocidos, logró averiguar que Feli se había mudado con una amiga en otra ciudad, tratando de empezar una vida lejos de todo lo que le había causado tanto daño.
Sin pensarlo más, Victoria tomó el primer tren y, tras horas de viaje, llegó a la ciudad donde Feli ahora vivía. Su corazón latía con fuerza mientras se dirigía al edificio, pensando en las palabras que debía decirle, en cómo podría, al menos, aliviar un poco el dolor que le había causado.
Cuando llegó a la puerta, una joven abrió. Era Valeria, la amiga de Feli. La reconoció por las fotos que Feli alguna vez le mostró, y la expresión fría en su rostro hizo que Victoria sintiera una punzada de culpa aún mayor.
— ¿Qué haces aquí, Victoria? — preguntó Valeria con desconfianza, sin hacer el menor esfuerzo por disimular su molestia.
— Necesito hablar con Feli, por favor. Sé que no tengo derecho a pedir nada, pero necesito explicarle lo que realmente pasó. No espero su perdón, solo... solo quiero que me escuche. — La voz de Victoria temblaba, y Valeria la miró con una mezcla de lástima y desprecio.
— ¿Y crees que después de todo lo que le hiciste, Feli quiere verte o escucharte? — La pregunta de Valeria la golpeó como un balde de agua fría, pero Victoria mantuvo su posición.
— Lo sé. No tengo derecho a pedirle nada, pero aún así estoy aquí. Feli merece la verdad, aunque sea lo último que le diga. — Victoria mantenía su voz baja, casi como si temiera romper el silencio del lugar.
Valeria suspiró y, después de unos segundos, se apartó, dejando que Victoria entrara. La condujo hasta una pequeña sala donde Feli estaba, inmersa en un libro. La expresión de Feli cambió al ver a Victoria, pasando de sorpresa a rabia y, finalmente, a una profunda tristeza.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó Feli, intentando mantener su voz firme, aunque su temblor la delataba.
Victoria respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.
— Vine a decirte la verdad, Feli. No espero que me perdones ni que me creas... sé que no tengo excusas. Solo quiero que sepas que no fui capaz de decir nada porque desde el principio tú... tú no eras una apuesta para mí. Nunca fuiste un trofeo. — La voz de Victoria temblaba, y el silencio que le siguió fue aún más desgarrador.
Feli soltó una risa amarga.
— Claro, ahora resulta que todo fue un malentendido. Que tú eras la única diferente entre tus amigos, los mismos que se reían de mí a tus espaldas. ¿Esperas que crea eso? — La dureza en su voz era inconfundible, y Victoria bajó la cabeza, sabiendo que Feli tenía razón en dudar.
— No espero que me creas... y sé que debería haber hablado, haber hecho algo para protegerte. Fui una cobarde, Feli. Pero nunca, nunca quise lastimarte. Me enamoré de ti sin darme cuenta, y cuando todo explotó, ya era tarde para arreglarlo. — Victoria sintió que las lágrimas comenzaban a caer, pero no intentó detenerlas.
Feli la miró, inmóvil, sin saber si dejarse llevar por el dolor o la rabia.
— ¿Y crees que ahora, con tus palabras, puedes borrar lo que me hiciste pasar? ¿Crees que puedo olvidar que mientras tú te callabas, todos a tu alrededor me veían como un juego? — La voz de Feli se quebró, y por un momento, ambas compartieron el mismo dolor.
— No quiero que lo olvides, ni espero que me perdones. Solo... solo quiero que sepas que, en medio de todo eso, había algo verdadero. Lo que sentí por ti era real. — Victoria bajó la mirada, consciente de que, en el fondo, sus palabras tal vez no significaban nada.
Después de un largo silencio, Feli cerró los ojos, intentando calmar las emociones que la abrumaban.
— Victoria, es tarde. Yo confié en ti. Te dejé entrar en mi vida y me destrozaste. No puedo... no puedo volver a confiar en alguien que no tuvo el valor de defenderme cuando más lo necesitaba. — Sus palabras fueron como cuchillas, y Victoria las aceptó, sabiendo que las merecía.
Antes de salir, Victoria se volvió una última vez, con los ojos llenos de tristeza.
— Te amo, Feli. Lo haré siempre, aunque nunca me creas. Solo quería que lo supieras. — Su voz fue un susurro antes de abandonar la habitación.
Feli se quedó en silencio, aferrada a su dolor, mientras las palabras de Victoria resonaban en su mente, como un eco que nunca se iría.
Aquí tienen su PARTE 2🙉‼️