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Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, difuminadas por la bruma nocturna. Feli caminaba sin rumbo por las calles desiertas de Buenos Aires, sintiendo el peso del mundo en sus hombros. Tenía 19 años, pero la vida ya le había dado más de lo que podía soportar. Cada paso que daba la acercaba al puente donde los autos pasaban raudos, ignorando su dolor. La mente de Feli no dejaba de darle vueltas a las mismas ideas: las cosas no iban a mejorar, nada valía la pena. La desesperación era una sombra que la envolvía, y el vacío en su pecho crecía con cada minuto que pasaba.
Cuando finalmente llegó al puente, se detuvo en el borde. El viento frío le despeinaba el cabello, y el sonido de los autos a toda velocidad parecía un eco distante, como si el mundo estuviera al otro lado de una burbuja que la separaba de la realidad. Se apoyó en la baranda, mirando hacia abajo, sintiendo el vértigo mezclarse con la tristeza que la invadía.
—Solo un paso más —murmuró, aunque su voz fue tragada por el ruido del tráfico. Su corazón latía rápidamente, mientras sus pensamientos oscuros se volvían más fuertes, incitándola a tomar la decisión que, en ese momento, parecía ser la única salida.
Pero antes de que pudiera moverse, sintió una mano firme en su brazo. Feli giró la cabeza, sorprendida, y sus ojos se encontraron con los de una chica joven, de cabello largo y rojo, con un aura de confianza que contrastaba con la oscuridad del momento. Feli la reconoció al instante, aunque no podía creer lo que estaba viendo.
Era Victoria, conocida mundialmente como Young Miko, la famosa rapera y cantante. Pero en ese instante, no parecía una estrella de la música, sino alguien que había llegado en el momento justo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Victoria con una voz suave, pero cargada de preocupación.
Feli, avergonzada, bajó la mirada y sus ojos se llenaron de lágrimas. No quería que nadie la viera así, mucho menos alguien como Victoria.
—Lo siento... —dijo, su voz temblando—. Sé quién sos y... perdón por lo que acabás de ver.
Victoria la miró fijamente, sus ojos azules brillando bajo las luces de la ciudad. Con un movimiento lento, tiró suavemente del brazo de Feli, alejándola del borde.
—Yo acá no soy una famosa —le respondió con una voz firme y cálida—. Soy una persona que quiere ayudar a otra.
Esas palabras penetraron el escudo que Feli había construido alrededor de su corazón. Las lágrimas comenzaron a caer sin control por sus mejillas, y antes de que pudiera decir algo, sintió cómo Victoria la abrazaba. Era un abrazo fuerte, cálido, como si estuviera rodeada de seguridad por primera vez en mucho tiempo. Feli se aferró a ella, sollozando contra su hombro mientras sentía que todo el dolor que había acumulado comenzaba a desbordarse.