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La noche había empezado como tantas otras, con Feli, Victoria y Mariana, las tres amigas inseparables, divirtiéndose en una discoteca. El ambiente vibraba al ritmo de la música electrónica, las luces de neón destellaban sobre la multitud que se movía sin pausa, y el sonido grave del bajo hacía retumbar el suelo bajo sus pies. Victoria, con su melena roja brillante suelta, no apartaba la mirada de Feli, quien sonreía y bailaba, completamente perdida en el momento. Desde que habían comenzado su relación, no podían evitar buscarse entre la multitud, como si fueran imanes incapaces de separarse.
Mariana, sin embargo, observaba desde una posición diferente. Su amistad con ambas venía de años, pero desde hacía un tiempo, un sentimiento incómodo había comenzado a crecer dentro de ella. Feli, con su energía brillante y su risa contagiosa, la atraía de una manera que Mariana sabía que estaba mal. No podía evitarlo, esa chispa la consumía, y aunque intentaba ahogar ese deseo, cada vez que las veía juntas, se hacía más fuerte.
Sabía que no tenía derecho, que Feli y Victoria estaban enamoradas, pero en las noches como esa, cuando el alcohol corría y la música envolvía, la lógica parecía desvanecerse. Solo quería una noche, una sola oportunidad. Aun cuando eso significara traicionar la confianza de quienes más quería.
—Voy a pedir más tragos —gritó Mariana por encima de la música, esbozando una sonrisa forzada. Victoria y Feli asintieron, sin notar la tensión en los ojos de su amiga.
En la barra, mientras esperaba los cócteles, Mariana jugueteó con una pequeña botella en su bolso. Dudó un momento, sintiendo el peso de la culpa. "Solo una vez", se repetía, convencida de que Feli no lo recordaría, y que Victoria nunca tendría por qué saberlo. Cuando los tragos estuvieron listos, disimuladamente vertió el contenido del frasco en el vaso de Feli. Su mano temblaba, pero el acto ya estaba hecho.
—Aquí están. ¡Salud por nosotras! —exclamó Mariana cuando regresó a la pista, alzando el vaso. Feli y Victoria, despreocupadas, levantaron sus copas y brindaron.
A medida que la noche avanzaba, Feli comenzó a sentirse extraña. La música retumbaba en sus oídos, pero su cuerpo no respondía igual. Todo parecía desdibujarse a su alrededor.
—Me siento... mareada... —Feli balbuceó, aferrándose al brazo de Victoria para mantenerse en pie.
—¿Estás bien, mi amor? —preguntó Victoria, preocupada, acariciando su mejilla.