14. Mis maestros, mis amigos

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Tras el sueño, me levanté agitada. Para calmarme, me duché, odiaba levantarme temprano.

Después de la ducha relajante, me preparé para las "reuniones" de hoy. Se supone que iba a ver a los dioses egipcios, pero antes debía viajar al Inframundo para conocer a los héroes que me entrenarían.

Salí de mi cabaña con la imagen de Percy durmiendo con un rastro de baba. «¿Y a Annabeth le gusta esto?», me pregunté. Me encontré con Thanatos al lado y me asusté.

-¿Lista para tu viaje? -asentí, me agarró del brazo y nos fundimos con la sombras. El característico escalofrío de los viajes sombra me recorrió la espalda como estando en una montaña rusa.

Al aclararse todo, estaba en un lugar verde y lleno de color. Los Elíseos.

-Primero te llevaré con tus maestros -se paró-. Antes... necesito tu pulsera -levanté una ceja, pero se la di.

Esa pulserita multiusos brilló un segundo y luego tuvo un relieve al lateral de color humo de un árbol.

-Si pulsas este grabado te traerá aquí. Una vez acabado el entrenamiento, desaparecerá -advirtió. Levanté y miré con atención mi muñeca. Era fascinante que algo tan pequeño hiciera tantas cosas.

* * * *

Llegamos a una villa humilde y con paredes y columnas griegas en blanco. El patio estaba lleno de flores y armas antiguas. En el porche, un hombre rubio nos esperaba al lado de otro con ojos azules verdosos.

-Buenos días, Thanatos, ¿a quién habéis venido a ver? -dijo el rubio con voz amable y mirándome especialmente a mí.

Ambos resplandecían. Literalmente. Su piel tenía un brillo especial.

-Ella es la hija de Poseidón de la que te hablé, hoy entrenará por primera vez -al decir eso, me interesé por ellos.

-Por supuesto. Ven, deben estar luchando, están todo el día en la arena -me sonrió el moreno, parecían tan agradables... Me daba pena que gente así muriese tan joven.

Me llevaron por los pastos y me contaron cosas de ellos. Resulta que el rubio era mi primo, un hijo de Zeus. El gran Alejandro Magno, nada menos. Estuvimos hablando mucho entre nosotros. Me llevaba muy bien con Hefestión, su amigo. Era muy amable, de poco más de mi estatura y con el cabello por los hombros. Nos hicimos amigos enseguida.

Me llevaron hasta un coliseo pequeño, donde entrenaban tres personas más en la arena.

Nada más vernos, pararon y se estiraron para saludar a Thanatos. Inmediatamente se fijaron en mí. Todos tenían el mismo brillo especial en la piel.

-Ella es Aura, hija de Poseidón. Él es Perseo, mi hermano -intercedió Alejandro.

Un chico de pelo oscuro y rizado y unos ojos azul eléctrico que me recordaban a los de Jason se nos acercó y me abrazó.

-Una primita. ¡Qué bien!

-Vale, suéltala acosador -otro chico de pelo negro, con los ojos verdes y una sonrisa de oreja a oreja se acercó y separó a Perseo-. Yo soy Teseo, y tú...¡eres mi hermanita! -esa vez me faltó poco para desmayarme por el abrazo.

-¿Cómo puedo ser amigo de estos dos? -se preguntaba el tercero con la mano en la cara. Era rubio, de pelo corto y ojos cristalinos que me recordaban al agua de un mar poco profundo.

-Soy Aquiles, hijo de Peleo -asintió serio y con voz fuerte.

-Hola -dije algo tímida al principio-. Yo soy Aura, hija de Poseidón y bendecida por Artemisa -el de ojos azules, Perseo, sonrió aún más.

-Eso no le gustará a Orión -dijo Perseo haciendo un ruidito.

-Debería estar aquí, él insistió en darte la clase de tiro con arco -me dijo Thanatos con disconformidad en la voz.

-Búscalo por el río. Siempre está por allí, pensando en su diosa. Si los muertos no pueden amar, a mí que me parta un rayo. Aunque... por si acaso...¡Es broma, tío! -dijo Teseo gritando al cielo.

-¿Sabes? Eres igual que Percy, a ambos os faltan unos tornillos aquí arriba -señalé mi cabeza y negué divertida-. Gracias de todos modos -sonreí.

Me encaminé hacia el lago, Hefestión insistió en acompañarme y me guió contándome diversas cosas triviales y divertidas.

Llegamos a un arroyo y vimos a alguien sentado en la gruesa rama de un árbol, mirando el agua.

-¡Orión! ¡Ya está aquí! -gritó nada discreto.

El muchacho bajó de un salto y aterrizó en el suelo sonriente. Mi hermano Orión era parecido a mí, tranquilo, algo divertido y bromista, siempre sonriente y alegre... Tenía el pelo castaño y los ojos cálidos y oscuros, así que me parecía más a él que a Percy.

* * * *

Estuvimos un buen rato entrenando con espadas y arco. No era nada mala para luchar contra estos semidioses. Pero se notaba su experiencia cuando me derribaron unas cuantas veces sin muho esfuerzo.

Al acabar, regresé despidiéndome de todos. Prometí a Hefestión que volvería a verle y tras eso, desaparecí.

La pulsera realmente funcionaba.

Aparecí en pleno comedor. Lleno.
Con la gente mirándome. Y Percy echando humo por la cabeza. Y Annabeth tranquilizándole. Lo que yo llamo una entrada espectacular. «¡Sí señor!», me alabé.

-Percy, por favor, tranquilízate...

-¡No me digas que me tranquilice, Annabeth! -me miró- ¡¿DÓNDE HADES HAS ESTADO?! ¡Me tenías preocupado, llevas horas desaparecida!

«Y... el hermano sobreprotector que tanto quiero está de vuelta», pensé aburrida de sus gritos histéricos.

-¿Vamos a un sitio privado, por favor? ¿Y sin gritos? -sugerí.

Tras eso, Percy se tranquilizó. Le pude relatar el plan de Thanatos y el entrenamiento sentados en nuestra cabaña. Los ojos de Annie y Percy cambiaban de tristes a melancólicos y a alegres según escuchaban del Elíseo.

Al oír hablar de nuestros familiares, Percy sonrió. Deseaba que mi hermano pudiera estar con ellos. Los grandes héroes se reunirían entonces, Percy se merecía estar allí.

Ya era casi media tarde cuando decidí poner como excusa una visita a Katie, de Deméter, para salir de la cabaña.

Decidí descansar y fui a la frontera. Me senté en la hierba fresca al lado del pino de Thalia con cuidado de no asustar a Peleo haciendo movimientos muy bruscos.

Suspiré, ser semidiosa no era divertido. Echaba de menos la vida normal con mis padres normales y mis amigos normales.

Otra hija de Poseidón... era demasiado peligroso. Sabía lo que pasó con la llegada de Percy. Ahora, con mi llegada, nadie sabía qué podría pasar.

Simplemente... no encajaba allí.

Me levanté y sentí vértigo, como si girase a mucha velocidad. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Todo comenzó a darme vueltas, no distinguía arriba de abajo.

Algo iba mal.

Entonces todo se volvió negro.

Entre mundos. La nueva era de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora