cinco

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Me dan ganas de decirle a mi mamá que estoy terriblemente aburrida, pero me va a mandar a la cresta de nuevo, así que mejor me quedo calladita.

Voy de nuevo donde mi papá y él me pregunta si quiero algo.

─Un terremoto podría ser ─bromeo.

─Sírvele. En la cocina hay terremoto ─le dice mi tío dueño de la parcela.

Vamos a la cocina y mi papá me empieza a preparar un terremoto.

─Te voy a echar un poquito de alcohol pa' que no te quedí con las ganas ─me avisa.

Soy la más feliz al escuchar eso. Así de alcohólica.
Voy de lo más contenta saliendo de la cocina cuando choco con el Damián. «Este hueón me anda puro siguiendo».

─ ¡Perdón!

Por suerte no me mancho la ropa, pero me caen gotas de terremoto en las zapatillas y me mojo toda la mano. No pesco sus disculpas y vuelvo a entrar a la cocina. Mágicamente mi papá ya no está ahí. Agarro unas servilletas y me empiezo a secar. Quedo toda pegajosa y me da rabia. Más encima el hueón se queda tomando agua mientras observa cómo me seco.

─ ¿Qué? ─le pregunto con una mirada de odio.

─Nada.

Me lavo las manos en el lavaplatos y él sigue ahí mientras está metido en el celular.
Como mi terremoto bajó caleta, decido rellenarlo con ron. Me doy vuelta y el Damián me está mirando con una ceja alzada. «Puta el hueón sapo».

─Quédate piola ─lo sentencio.

Tomo un sorbo de terremoto y vuelvo a subir al tercer piso. Mis primos chicos y mi hermano al verme con un terremoto, se les antoja uno y bajan a buscarlos, así que me quedo sola. El Damián vuelve a subir minutos después, también con un terremoto y se sienta a mi lado en el sofá-cama. Nos quedamos en silencio y yo estoy más incómoda que la cresta.

─ ¿Te caigo mal? ─pregunta él rompiendo el silencio.

─ ¿Tú qué creí?

« ¡Obvio que me caí mal, hueón! »

─Si te caigo mal por lo que pasó cuando éramos pendejos...

─No sé de qué estai hablando ─lo interrumpo─. Me caí mal porque siento que me estai siguiendo. Porque vení a tocar guitarra mientras estoy leyendo. Porque me botaste el terremoto. Y... eso sería.

─Ah, yo pensé que te caía mal porque el Gonzalo prefirió jugar conmigo cuando éramos cabros.

─ ¿Qué? Ni siquiera me acuerdo de eso ─miento.

─Dale. Deberíamos... empezar de cero ─estira su mano para dármela.

Con paja me cambio el vaso con terremoto pa' la mano izquierda y le doy mi mano derecha. Él está calentito y yo congelada.

Creo que debería aceptar la tregua.


Vira de mi vida, culiao.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora