treinta y siete

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El día de la ida al cine yo tengo planeado estar todo el día con pijama y cambiarme minutos antes de salir, pero resulta que un caballero llega sin previo aviso, varias horas antes del horario acordado de juntarnos, a mi casa.

Ese caballero y señorito, tiene nombre y apellido; Damián Quiroz.

Me asusto caleta cuando lo veo parado en el marco de la puerta de mi pieza observándome, que llego a dar un grito. Segundos después me acuerdo de que tengo puesta una mascarilla Blackhead, así que en menos de un segundo agarro un cojín pa' taparme la cara y me voy corriendo al baño.

Mi lema vital es antes muerta que sencilla,y aunque con el Damián tenemos confianza, porque es mi pololo, no me gusta que me vea desarreglá. Qué atroh. Qué matao.

Me quedo mirando al espejo y puta, parezco indigente. Mi pelo está todo chascón amarrado en un moño más desordenado que mi pieza, tengo esa mascarilla culiá en la cara y más encima ando con un pijama de Minnie po hueón. Soy el antónimo de sexy.

Empiezo a despegar la puntita de la mascarilla y ya me empieza a querer brotar una lágrima de dolor. Me afirmo del lava manos y me doy ánimo. «Ya po, Priscila, sé una macha y sácate la hueá de mascarilla de una». «El dolor es mental. El dolor es mental. El dolor es mental».

Sin pensarlo más, tiro la hueá de una y lloro de dolor durante unos segundos. Puta qué me dolió. El dolor de un parto no se compara al de sacarse las tiras de los puntos negros de la nariz... Ya, exageré.

Me enjuago la cara, me lavo el hocico, me desarmo el moño y me peino un poco, hueá que no hacía hace años. Aguante no peinarse. Aguanten los nudos.
Aliso algunos mechones de pelo, me maquillo un poco y era.

Cuando salgo el patúo de mi pololo está tirado en mi cama metido en su celular.

─Pudiste avisarme que veníai más temprano ─le digo cruzándome de brazos.

─Era una sorpresa ─dice él incorporándose─. ¿Qué era esa hueá negra que teníai en la cara? ¿Carbón?

─Ja, qué chistoso. Mascarillas... cosas de minas.

─Ya, pero no se enoje ─se para de mi cama y me aprieta los cachetes. De la cara sí po.

─ ¡Ay! ─me quejo─. No me hagai así, que me carga.

─Por eso te lo hago ─reconoce acercándose más a mí y dándome un beso. Ese beso me deja en las nubes po─. Me gusta tu pijama, ratoncita ─se ríe y le pego.

─Mi papá oh, que me compra estas hueás de pendeja. No tiene idea de mis gustos... Igual es calentita la cagá.

Él se vuelve a reír negando con la cabeza y sentándose en mi cama.

─ ¿Por qué llegaste tan temprano? ─lo interrogo.

─Porque no soporto estar en mi casa... puros atados.

─ ¿Querí hablar de eso?

Él niega con la cabeza.

─ ¿Y tu hermano? ─cambia de tema.

─No sé dónde anda el Martín... parece que en la casa de un cabro chico que vive por aquí.

─ ¡Bajen a almorzar! ─grita mi mamá desde abajo, interrumpiendo todo, como siempre─. ¡Y Priscila anda a buscar a tu hermano!

─Puta oh ─me quejo─. Ya Damián, mira a la pared pa' vestirme.

Él me mira con care "me estai huebiando".

─ ¡Ya po! ─le reclamo.

El perkin me hace caso y yo busco la ropa que dejé lista ayer en mi clóset.

─ ¡Ni se te ocurra verme! ─lo amenazo.

─Estoy luchando para no hacerlo, créeme ─reconoce.

La verdad es que soy media pudorosa. Puedo ser carretera, alcohólica y todo lo que quieran, pero mi flor está intacta. Todavía no me siento preparada pa' culiar con el Damián. Como que todos los documentales que me mostraron mis papás de pendejos de 12, 13 años que ya tenían hijos me dejaron traumada. Siempre hay una mínima probabilidad de quedar preñá. No lo digo yo, lo dice la ciencia, ¿ok?
Aparte la Antonia es peor que yo... Lleva como un año y tanto pololeando con el Hueilo y todavía no le da la pasá. O a lo mejor ya se la dio y no me contó la maraca... Iba a interrogarla en cuanto la viera.

Nunca me había vestido tan rápido en toda mi vida. Llegué a quedar con asma.

─Listo ─le aviso al Damián.

Él se despega del celular, se da vuelta y me observa de pies a cabeza.

─Me enamoré ─me dice el chanta.

Vira de mi vida, culiao.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora