Capítulo 17 El Consejo de Fodies

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La Dama obedeció al pie de la letra el ruego del mestizo, pues rara vez el joven de ojos jade le pedía algo con tanta necesidad, y mucho menos por favor.

– Así que, eres la hermana adoptiva de Hidan. – acotó la Señora de la ciudad. – He oído mucho de ti, y todos aquí sabemos quién eres, aunque tú ignores nuestros nombres.

La muchacha asintió a sus palabras algo cohibida, pues no sabía cómo actuar frente a alguien como ella. Sin embargo, Halla no le dio la menor importancia y la tomó de los hombros.

– Sé bienvenida a Fodies. Mi casa es la de tu hermano, así como también es la tuya. – acto seguido, miró al adolescente que se mantenía en pie junto a la muchacha. – Lo mismo te digo a ti, Eithel de Sauce, pues aunque desconozco el motivo de tu presencia, también eres bienvenido entre nosotros.

El chico asintió con entusiasmo, agradeciendo las palabras de la Dama con una reverencia sincera.

– ¿Eso significa que pueden quedarse? – preguntó Keriz con una gran sonrisa.

– Por supuesto, mi pequeño arconte, no podría negarle alojamiento a vuestros invitados, ni mucho menos un miembro de la familia.

Dicho esto, el niño se lanzó a los brazos de Halla, dejando a un lado el protocolo, y la mujer lo estrechó con alegría.

– ¡Gracias, gracias! – repetía Keriz.

Shina observaba a los dos mientras por su mente rondaba la palabra empleada por Halla para referirse a Keriz. Lo había llamado arconte, una bella palabra que parecía elevar al pequeño a la categoría de algo puro, casi celestial, como si lo describiera no solo como una criatura de dulzura angelical, sino como un ángel en esencia. Cuando el niño y la Dama se separaron, la Dama miró a la joven pensativa y al adolescente de cabellos rizados, volviendo a dedicarles una sonrisa.

– Seréis nuestros invitados. – anunció la mestiza. – Broog, por favor, acompañalos a sus aposentos.

El duende, que por fin había recobrado su color verdoso tras el abrazo de Keriz, hizo una petulante reverencia y asintió varias veces con una sonrisa tonta. Por su parte, Shina rápidamente miró a Halla, dispuesta a hacer la gran pregunta que llevaba esperando formular desde el inicio.

– Esto... Querría... Me gustaría saber si mi hermano... si Hidan... está en la ciudad. – murmuró con inseguridad.

Sin embargo, la anfitriona del demonio Halcón la miró con pesar y bajó la cabeza.

– Me temo que abandonó Fodies hace varias semanas y que aún no ha regresado. – confesó Halla. – Esperamos noticias suyas inminentemente. Ten paciencia hasta entonces, te lo ruego.

Paciencia.

Esperar.

Esas eran las palabras que una y otra vez Shina se veía obligada a oír.

– Acompañadme. – pidió el duende amablemente al ver que la conversación había llegado a su fin.

Los dos extranjeros agradecieron el gesto con una sonrisa que cautivó al viejo duende, pero ambos jóvenes desviaron la mirada al resto de sus compañeros, inquietos por ser los únicos que abandonarían la Sala del Trono.

– Nosotros tenemos asuntos que discutir. – explicó Graown. – Pero descuidad, os buscaremos en cuanto la reunión finalice.

Los dos extranjeros no tuvieron más remedio que abandonar la sala de columnas rojas acompañados del viejo duende verde. Al darle la espalda a los allí presentes, todos fueron capaces de ver la lanza blanca que cargaba Shina, y justo antes de salir, de entre todas las miradas que recaían sobre ella, la chica notó en su nuca la presencia de unos fríos ojos verdes que no la perdían de vista. Esos ojos del color del jade que siempre la observaban. ¿Una mirada protectora quizá? ¿Una de recelo? No lo sabía.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora