Capítulo 39 Abriendo los ojos

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"Así que estoy soñando otra vez..."

Ese fue el primer pensamiento que cruzó por la mente de Shina al darse cuenta de que estaba caminando por un prado en plena noche. Sin embargo, algo la obligó a detenerse en seco: la súbita memoria de lo que estaba ocurriendo en el mundo real.

"Tengo que volver" – se dijo con determinación.

Coga le había enseñado que para despertarse de un sueño, uno debía pellizcarse a sí mismo, y sin vacilar, obedeció esa instrucción. El resultado fue un moratón en su brazo, pero ningún despertar. El truco no funcionaba en ese lugar.

– No puedo quedarme, Ruu está solo con la Sacerdotisa... ¡Tengo que ayudarlo!

Su voz se desvaneció en la oscuridad de la noche, pero no así el peso de su culpa. Recordaba el dolor agudo que sintió cuando Umbra, en su forma de niebla, había invadido su cuerpo. En ese instante, debía estar inconsciente, siendo sin duda una carga para Ruu... Y lo último que quería ser era una molestia para él.

– ¡Quiero regresar! – gritó con desesperación.

– ¡No quiero regresar!

Shina sintió un estremecimiento al escuchar aquellas palabras y alzó la vista, sorprendida al ver a su reflejo infantil corriendo por el camino, alejándose de la aldea. Fue su yo de la niñez quien había gritado.

– Oye... ¡Espera!

Extendió una mano, como si pudiera alcanzarla, pero sabía que en ese mundo no tenía poder sobre nada, ni podía ser escuchada. Estaba atrapada en su propio sueño, sin forma de escapar. La frustración la abrumaba. Sus ojos siguieron a la niña en su carrera, y Shina soltó un suspiro resignado.

"No me queda otra opción... Ruu lo conseguirá. Estoy segura"

Se detuvo un momento a reflexionar. ¿Cuándo había empezado a tener tanta fe en él? ¿En qué momento sus miedos y dudas se transformaron en una confianza inquebrantable? Con un suspiro profundo, decidió seguir corriendo tras su yo infantil. Si no podía regresar, al menos descubriría algún fragmento más de sus recuerdos.

Después de un tiempo, la niña se detuvo junto a un viejo árbol en las afueras de Kirkas. Se sentó a sus pies, ocultando el rostro entre sus rodillas, y la Shina adulta observó, invisible y angustiada, cómo las lágrimas surcaban el rostro de la pequeña.

– ¿Por qué lloras?

Una voz suave pero infantil las sobresaltó a ambas, pero la Shina adulta reconoció al instante al dueño de esas palabras. Del otro lado del tronco, un niño de cabello negro y ojos verdes estaba sentado, melancólico. Su cuerpo, cubierto de barro y heridas, emanaba una tristeza palpable, aunque sus ojos verdes brillaban con una luz casi sobrenatural.

– No estoy llorando. – replicó la niña, apresurándose a secarse las lágrimas con el dorso de la mano.

– Mientes muy mal... – repuso el chiquillo con suavidad.

La pequeña bufó, volviendo la cabeza para mirarlo por primera vez. Pero en lugar de la curiosidad que solía tener en sus recuerdos, su expresión se contrajo en una mueca de temor.

– Tú... tú eres... – balbuceó con incertidumbre.

El niño desvió la mirada, su rostro ensombrecido por la tristeza, y se levantó lentamente.

– Si te molesto, me iré...

Dio un paso hacia la oscuridad, pero la niña saltó del suelo, reteniéndolo al tomar su mano.

– ¡No! Lo siento... – murmuró, su mirada cayendo al suelo con dudas. Después de un momento de vacilación, continuó en voz baja. – No pasa nada... Puedes quedarte. – el niño la observó de nuevo, y por un instante sus ojos verdes se fijaron en las pequeñas manos que aún lo sostenían. – ¡Ah! Perdona... – dijo la pequeña, soltándole apresurada.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora