Capítulo 8 La persecución

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Poco tiempo antes, en un pequeño rincón de los pasillos de Expiación se había hecho el silencio. La mayoría de los allí presentes ni siquiera miraban a Keriz, habiendo pasado por alto sus palabras pero, de entre todos ellos, Eithel, y sobre todo, Shina miraban fijamente al chiquillo con la sombra de la duda y el desconcierto sobre ellos.

"Madre no haría algo así"

Aquel comentario del niño había llamado la atención de la joven de ojos melosos en gran medida, pero lo que realmente sobrecogió su cuerpo fue lo que Keriz murmuró mientras apretaba los puños con fuerza:

"Mi padre no arriesgó su vida en la montaña para esto"

Eran simples palabras. Frases sueltas a las que pocos podían dar sentido. Pero la mente de Shina trabajaba con rapidez con tal de ensamblar aquellas suspicaces palabras en su cabeza.

– ¿Keriz... qué estás diciendo? – preguntó finalmente, con un hilo de voz.

Sin embargo, el chiquillo la ignoró. No porque no quisiera contestar, sino porque algo más había atrapado toda su atención. Sus poderes innatos le conferían cierta habilidad, la de sentir las almas de cualquier ser. Pero como todo, este poder tenía un defecto, pues podía sentir las almas de muchos sin saber de quién era cuál. A cierta distancia, su certeza siempre acababa revelando la identidad de las almas que percibía, pero no podía rastrear a larga distancia la presencia de alguien, tal como lo hacía Ruu, haciendo honor a su título de rastreador. En una situación de desorden y asedio como la actual, encontrar o siquiera percibir claramente el alma de una persona en concreto, sobre todo en un lugar desconocido para él y cargado de olores, nuevos parecería del todo imposible, pero por suerte o por desgracia, el niño había sentido en el aire cargado de la prisión cómo un alma conocida para él se agitaba y se imponía sobre todas las demás. Un alma poderosa, pero a su vez, desquiciada.

– Ruu... – murmuró, mirando hacia el techo de la cavidad.

Lo que sentía era una sensación insidiosa y espeluznante, pues Keriz notaba cada vez con más precisión cómo el alma de Ruu se estremecía. Aun estando tan lejos el uno del otro, sentía el creciente malestar de su hermano. Algo o alguien habían sido capaces de alterar en gran medida al mestizo, pues para poder sentir su alma desde las profundas cuevas, Ruu debía haber liberado parte de su poder como un Hijo del Rey, y eso era algo que atemorizó a al pequeño Keriz, ya que sabía bien el proceso de autocontrol al que su hermano se sometía desde que él tenía memoria. La situación del joven de pelo blanco tenía que ser grave a la fuerza porque alguien como él, que había luchado incontables veces contra esas criaturas, no podía haber perdido el control tan fácilmente con un simple demonio. Su enemigo era poderoso y lo había puesto contra las cuerdas, no había duda de ello. Sin mediar palabra, el chiquillo empezó a arrastrar los pies para desandar lo andado y volver a la salida. Tenía que encontrar a Ruu y ayudarlo fuera como fuese, pero no contó con la intervención de Shina, que esperaba una respuesta por parte del niño que aclarase sus dudas.

– ¿A dónde vas, Keriz? – preguntó ella, tomándole del brazo.

– Solo voy a caminar. – mintió él.

El niño trató de soltarse y seguir su camino, pero la joven no lo dejó zafarse y agarró su brazo con más fuerza.

– Contéstame. – pidió con la voz forzada.

Su tono por primera vez sonó algo brusco, pero paulatinamente se relajó. Keriz la miró con pesar. La verdad es que no tenía tiempo para dar explicaciones. Por su lado, Eithel los miraba confundido, incapaz de entender a qué se debía el comportamiento de ninguno de los dos.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora