Hizo falta la ayuda de seis Cazadores para sacar de la arena al hombretón inconsciente y al hombre flaco que no dejaba de temblar de miedo. Ruu, mientras tanto, se había vendado las manos con la cinta que anteriormente le cubría la cabeza y parte de la frente. Los agujeros eran profundos, pero estaba convencido de que sanarían sin él darse cuenta. Hacía mucho tiempo, sus manos también habían sido agujereadas cruelmente... Tardaron una eternidad en sanar y volver a su estado normal, pero era algo que ya no importaba, que había olvidado.
Después, recogió la lanza que había olvidado usar en el enfrentamiento y regresó junto a su hermano pequeño, el cual lo miraba con el ceño fruncido.
– Te has pasado. – acotó Keriz, molesto. – ¡¿Qué pasa si me hubieran disparado mientras tú te divertías, eh?!
Su hermano mayor se acercó a él y le revolvió el pelo con cariño, claro está, con la intención de molestar al menor.
– Si eso hubiera pasado, entonces habría vuelto a tu lado y actuado como escudo de ser necesario. – confesó Ruu.
Esta declaración tranquilizó a Keriz, quien de alguna manera se había calmado y no sentía más temor por las flechas que lo apuntaban constantemente. Sabía que mientras Ruu estuviese ahí, todo iría bien. Cuando todos los Cazadores abandonaron el recinto, la puerta de rejas que hasta ahora no se había abierto comenzó a elevarse y los ciudadanos comenzaron a aplaudir con renovados ánimos. Ruu se puso en guardia de nuevo con la lanza e hizo sonar sus molestos grilletes. Esperó varios segundos a que alguien saliera de aquel agujero oscuro, pero lo único que de allí provenía era una sonora respiración que se mezclaba con los vítores del público. Finalmente, se oyó el sonido de un posible látigo, y en tropel, diversas criaturas de magia ancestral salieron a la arena: una gigantesca mantícora, un hombre lobo erguido y un pegaso negro de brillante pelaje. Keriz se estremeció al ver a su querido equino alado en aquel lugar, pero no solo eso le generó pavor, y pronto se lo hizo saber a su hermano.
– Ruu, ellos no están bien... – dijo.
– Lo sé, mira sus ojos. – apremió el mestizo.
El niño obedeció y fijó la mirada en las criaturas. No tardó mucho en darse cuenta de que las pupilas de todos ellos estaban escalofriantemente dilatadas. Además, las tres criaturas, que carecían del don de la palabra, actuaban violentamente entre ellas en vez de atacar al que se suponía era su contrincante.
– Están bajo los efectos de la Yadra. – afirmó Keriz.
– ¿La planta de las visiones? – preguntó Ruu.
El chiquillo asintió y él suspiro. La Yadra era una flor violeta y venenosa de la cual los mosquitos Yad se alimentaban y obtenían su veneno. Si la salvia de aquella planta era ingerida directamente, no causaba la muerte, como lo hacían los Yad, pero sus fuertes efectos narcóticos producían sueño, relajación muscular y pérdida de la sensibilidad y la conciencia. A su vez, actuaba sobre la mente con el fin de alterar el estado de ánimo.
– En otras palabras, no saben lo que hacen. – confesó Keriz con pesar, pero a la vez, estaba furioso.
No podía creer que los Cazadores hubieran caído tan bajo como para narcotizar a aquellos pobres animales. ¿Es que no tenían piedad ni conciencia? Los infelices que eran víctimas de la Yadra sufrían alucinaciones horrendas mientras los efectos del veneno estaban en su sangre, y él lo sabía perfectamente, porque tanto su padre como su madre sufrieron aquel calvario con la picadura de un mosquito Yad en Serpas años atrás. Pero él no era el único que estaba furioso: desde el palco, vio cómo Graown, Naali y Eithel se levantaban e increpaban a Tracia mientras ella no le daba la mínima importancia al asunto.
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El Cazador de demonios (libro II) Hecatombe
FantasyCONTINUACIÓN de ||El Cazador de demonios La Montaña Prohibida|| #4 en AVENTURA 24/12/18 #7 en AVENTURA 1/11/17 #8 en AVENTURA 1/10/16 ___ Las Tierras Mortales disfrutan de los tiempos de paz desde que hace doce años, los demonios fueron exterminados...