Capítulo 37 El arconte

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– Ocurrió hace ocho años. – comenzó Ruu, su voz grave como si desenterrara un recuerdo que pesaba sobre su alma. – Hidan y Saya solían dejarme a cargo de Keriz, lo cual, si me preguntas, no era la mejor de las ideas. No soy precisamente una niñera, así que la mayor parte del tiempo me tumbaba bajo un árbol mientras él jugaba cerca del puente que conecta Fodies con el palacio. Dejaba que hiciera lo que quisiera mientras me dejara dormir. Pero uno de esos días, el muy necio se puso a perseguir una mariposa... y terminó cayendo al foso. Yo no me di cuenta de nada hasta que escuché el chapoteo. Cuando abrí los ojos, ya no estaba.

Ruu apretó los puños mientras descendían por las escaleras al tiempo que la luz azul proyectaba sombras alargadas sobre las paredes de piedra. Shina lo miraba con el corazón encogido.

– ¿Y qué hiciste? – preguntó, incapaz de ocultar la ansiedad en su voz.

– Corrí hacia la orilla, como loco. – continuó Ruu, con una sonrisa amarga al recordar la desesperación de aquel momento. – Keriz era apenas un niño, no sabía nadar... y el foso es increíblemente profundo.

– ¿Saltaste al agua? – inquirió Shina, nerviosa por la respuesta.

Ruu negó lentamente, un destello en sus ojos verdes, recordando aquel extraño momento.

– Lo iba a hacer. Si se ahogaba, habría sido mi culpa... Pero no llegué a saltar.

– ¿Por qué? – Shina lo miraba perpleja.

– Porque Keriz salió por sí solo. – contestó Ruu, esbozando una sonrisa ladeada. – Aunque él nunca lo supo. Verás, justo cuando estaba a punto de lanzarme, el agua del foso emitió un resplandor dorado... una energía tan poderosa que la onda me lanzó hacia atrás. Estaba aterrorizado, grité su nombre sin saber qué ocurría bajo la superficie. Y entonces lo vi. Keriz flotaba en el aire, envuelto en un halo de luz dorada. Parecía inconsciente... pero eso no era lo sorprendente. Lo que lo mantenía suspendido no era la luz... Eran sus alas.

– ¿A-Alas...? – Shina susurró, incrédula.

El joven asintió sin mirarla, sus ojos fijos en los recuerdos.

– Alas blancas cubiertas de plumas que brotaban de sus omóplatos. Pero cuando su cuerpo empezó a caer, desaparecieron. Lo atrapé antes de que tocara el suelo.

Shina trataba de procesar lo que escuchaba.

– Por eso dijiste que sus alas habían despertado...

– Exacto. – afirmó Ruu. – Keriz no puede controlar ese poder. Las alas aparecen cuando su vida está en peligro.

– ¿Es por eso que la Dama de Fodies lo llama "arconte"? – Shina intentaba entender, con una mezcla de temor y fascinación. – ¿Keriz es un... ángel?

Al igual que existían historias y cuentos sobre dragones milenarios que aterrorizaban a los niños elfos, entre los humanos también se narraban historias sobre seres de majestuosas alas blancas que custodiaban las puertas del Otro Mundo. Pero Ruu se encogió de hombros, su rostro volviéndose sombrío.

– No lo sabemos. Esa pregunta nos ha atormentado a todos desde que ocurrió ese incidente. – confesó. – Lo único que sabemos es que no hay nadie más como Keriz en las Tierras Mortales. Desde que nació, tenía dos cicatrices verticales en sus omóplatos... Y ese día entendí por qué. Cuando lo sostuve en mis brazos, vi cómo la sangre que manaba de esas cicatrices se desvanecía... como si las alas nunca hubieran estado ahí.

Broog, que hasta entonces había permanecido en silencio, intervino con su voz ronca.

– La Dama cree que esas alas son el resultado de su mestizaje. En sus venas corre la sangre de humanos, demonios, y una fracción del poder de la Piedra de la Luz, que se fusionó con su padre.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora