Capítulo 60 Sacrificios

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El dragón fulminó al mestizo con una mirada de puro desprecio mientras este flotaba en el aire, ambos atrapados dentro del sello, una prisión de la que ninguno probablemente podría escapar.

– ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer? – gruñó Nuar, sus palabras goteaban veneno. – Has arrojado tu vida a la nada, sin sentido alguno.

– ¿Eso crees? – replicó Ruu con calma.

Su voz tenía un tono chirriante, aunque distinto al de otras ocasiones en que habían emergido sus cuernos. Esta vez, parecía tener el control sobre sí mismo, pese a que su aspecto reflejara lo contrario.

– No lo creo, lo sé, pequeña rata. – replicó el dragón con una sonrisa burlona. – He estado antes en este sello, sé bien las condiciones de su encierro.

– Yo también las conozco. – respondió el joven con una tranquilidad imperturbable. – Y lamento contradecirte, pero no soy una rata; soy un ratón.

Nuar soltó una risa gutural y, sin más preámbulo, lanzó su cola espinosa hacia él. Ruu la esquivó con una agilidad casi inhumana, y ambos continuaron la conversación entre ataques y movimientos evasivos. Mientras tanto, en el exterior, Shina y Mirsalis descendieron hasta el límite inferior del sello, alcanzando a sostener el cuerpo espiritual de Keriz en el aire. Aunque el niño mantenía los ojos cerrados, parecía estable, lo que alivió a ambas. Pronto se reunieron con Dadran y Glaciem en un costado del sello, donde colocaron el cuerpo etéreo de Keriz sobre su forma física, la cual lo absorbió de inmediato. Al poco, el niño exhaló profundamente, aunque sus ojos permanecieron cerrados. Sin embargo, su madre lo envolvió en un abrazo, lágrimas de alivio surcando su rostro, mientras Hidan los rodeaba en un gesto protector. Los demás suspiraron aliviados, pero los bramidos de Nuar y el resonar de su cola azotando el sello los hicieron volver su atención hacia la batalla que continuaba en el interior.

– Ruu... ¿saldrá pronto, verdad? – preguntó Shina, aferrando los puños contra sus rodillas.

Pero nadie podía responderle.

Dentro del sello, Nuar lanzaba ataques implacables mientras Ruu, con la Máscara del demonio Ratón cubriendo su rostro, continuaba evadiéndolos uno tras otro.

– ¿Dices que sabes lo que te espera? – vociferó el dragón. – Entonces también sabrás que Nirvana es el único que puede abrir y cerrar el sello a voluntad, y que solo permite el paso a quienes viven en la luz. Tú no eres parte de la Luz... esa máscara maldita lo evidencia. Has entrado aquí a cambio de un sacrificio que jamás podrás revertir.

Quienes escuchaban desde afuera quedaron petrificados ante aquellas palabras. Nuar les dirigió una mirada a través de la barrera, dibujando una sonrisa torcida en su rostro draconiano. En cambio, Ruu permaneció impasible, esquivando con destreza los ataques sin apenas emitir un sonido.

– Eres un demonio, condenado por la Luz a deambular en las sombras del Tártaro... Este sello no permitirá que la oscuridad salga jamás de él, aprisionándola eternamente. Y tú, sabiendo eso, ¿aun así decidiste entrar? Estás loco.

– Eso no es ninguna novedad para mí. – replicó él, en tono mordaz. – Leí en un antiguo libro élfico cada propiedad del sello, su función y su lógica...

– ¿Cuándo leyó todo eso? – se preguntó Mirsalis, atónita.

Shina bajó la mirada, recordando las semanas en que Ruu había solicitado viejos manuscritos a Anabeth mientras mantenían su distancia. Al parecer, había estado preparándose en secreto...

– Nunca dijo que no entendiera vuestra lengua... – masculló ella.

– Sabía desde el inicio que liberaría a Keriz solo a costa de quedar atrapado yo en su lugar, y que los poderes de la máscara se revelarían por completo. – confesó Ruu con voz firme mientras se mantenía flotando en el aire. – Aunque no contaba con que mi conciencia permanecería intacta; eso sí me ha sorprendido, la verdad.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora