Capítulo 15 Vuela, Zen

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El primero en recibirlos después de dejar atrás aquella gran jaula llamada anfiteatro fue el sol de media tarde. El pegaso negro quedó suspendido frente al astro mientras sus tres jinetes daban gritos de entusiasmo.

– ¡Libres! – exclamó Keriz, eufórico. Después acarició con alegría las orejas de su montura y sonrió. – ¡Vuela, Zen, llévanos a casa!

La criatura de magia ancestral volvió a relinchar y obedeciendo al niño, poniendo rumbo noreste, hacia La Montaña Prohibida, a Fodies. Ruu se deshizo rápidamente de las cadenas que lo maniataban y le palmeó el hombro a su hermano. Keriz lo miró interrogativo.

– ¿Le has puesto nombre? – preguntó el mestizo con curiosidad.

– No, ese era su nombre. – respondió Keriz.

– ¿Cómo lo sabes? preguntó Shina, intrigada.

– Él me lo dijo.

– ¿C-Cómo? – cuestionó ella, incrédula.

Había comprobado con sus propios ojos de lo que aquel niño era capaz de hacer. Pero de ahí a que también fuera capaz de entender a los animales faltos del don de la palabra...

– Puedo oír la voz de cada criatura con alma de este mundo. – contestó el niño. – Te sorprenderías de todo lo que soy capaz de hacer, tía.

Shina asintió, puesto que en aquella situación ya nada podía sorprenderla. Además, sintió cómo un ligero cosquilleo le acariciaba el pecho cuando Keriz la llamó de esa manera tan familiar. Tendría que empezar a acostumbrarse a ello.

– ¿Y cuándo? – preguntó ahora Ruu.

– Cuando tú estabas jugando con las flechas. – acotó el chiquillo, resoplando.

– Ah... – farfulló el mestizo como respuesta.

Eso hizo que Shina riera por lo bajo a su espalda y entre los tres nació un ambiente tranquilo y sosegado. Pero Ruu no tenía la intención de dejar las preguntas ahí.

– Shina... Ahora no podrás volver a esta ciudad. – dijo con voz hueca. –Te considerarán una traidora.

La joven no contestó de inmediato y se entretuvo ajustando la Lanza de Luz a su espalda. Después, simplemente se limitó a apoyar la cabeza sobre la espalda de Ruu, lo cual hizo que el joven de cabellos blancos se estremeciera ligeramente.

– No me importa. – confesó ella. – No es la primera vez que tilda de traidor a alguien que no lo es.

Aquel comentario hizo que Keriz asintiera conforme mientras que Ruu suspiraba.

– ¿Estás segura? – inquirió él. – Piensa en todo lo que dejas atrás... Quizás aún puedas regresar. Diles que nosotros te obligamos a ayudarnos o algo así. Puede que aún haya tiempo para...

Pero el joven dejó de hablar al sentir cómo Shina hacía más presión a su espalda. Al parecer, él había dicho demasiado. Pero no podía hacer otra cosa. Por su culpa, Shina estaba a punto de dejar la ciudad que la había visto crecer y donde Hidan quería que permaneciera.

– Lo he pensado... – dijo la muchacha con severidad. – Pero no me importa no poder regresar. Ahora estaré con mi familia, y eso es lo único que quiero.

Los tres jinetes se quedaron en silencio durante uno momentos en los que lo único audible fue el viento que Zen cortaba con sus alas.

– Yo... No soy parte de tu familia. – aclaró Ruu, recordando lo que Shina había gritado anteriormente en el anfiteatro.

La joven sonrió de lado y relajó su agarre.

– Para mí, ya lo eres.

Keriz sonrió sin que ninguno de sus dos acompañantes pudiese verlo mientras las mejillas de Ruu iban adquiriendo una leve tonalidad rojiza.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora