Capítulo 27 Ilusiones de barro

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Nueve días pasaron también Hidan y Saya en aquella isla desierta. Habían llegado a la conclusión de que se encontraban en Musa, un islote a mitad de camino entre Bruna y Ócul. Tuvieron tiempo de inspeccionar el barco varado, pero como se temían, los únicos que lograron llegar hasta allí habían sido ellos. Tal vez había sido mejor morir en el mar que haberse encontrado a los demonios en la isla y haber sufrido una muerte lenta en sus manos.

Y era precisamente la presencia de los demonios lo que inquietaba a los dos mestizos.

-Nos esperaban.-afirmó Saya.-Sabían que tarde o temprano llegaríamos aquí.

-Eso significa que fueron ellos los causantes de que esa columna de fuego esté en el cielo.-añadió él señalándola.

El mestizo de ojos bicolor observó detenidamente la distante columna roja y después dejó que sus ojos se perdieran en el horizonte.

-Creo que el ser al que perseguimos se llama Vorbog.-confesó.-Uno de los demonios del otro día me lo dijo.

-Con que Vorbog...-musitó Saya.-No me cabe la menor duda que ese demonio les ordenó darnos la bienvenida a esta isla.

Hidan asintió a sus palabras. Estaba claro que su lucha en la playa solo había sido eso, su forma de recibirlos o incluso de premiarlos por haber logrado hacer la mitad del camino.

-No podemos quedarnos aquí más tiempo.-acotó él.-Tenemos que llegar a Ócul cuanto antes. Aunque sea usando una cáscara de nuez como bote. Debemos darnos prisa, esto no me gusta nada...

•   •   •   •   •   •

El grupo de Ruu avanzó con rapidez a través de la llanura hasta llegar a los primeros árboles que conformaban la selva de la Región de Gimna.

Los árboles eran gruesos y estaban muy pegados los unos a los otros, tanto, que encontrar una entrada se volvió un verdadero problema.

-Se supone que los comerciantes usan un camino que atraviesa la jungla...-murmuró Ruu.

-Tal vez este no sea el lugar correcto...-dijo Shina revisando el mapa.

-Tiene que serlo, Dovic diseñó la ruta y él nunca se equivoca.-aseguró el mestizo.

Prosiguieron la búsqueda de aquel camino durante horas pero sin éxito. Broog, harto de ver siempre los mismo árboles, las mismas piedras y la cara de malestar de Ruu, decidió bajarse de su cómo medio de transporte, la cabeza de Keriz, e inspeccionar él mismo los alrededores.

Nadie con un tamaño mayor que el suyo podría pasar entre aquellos robustos árboles y los matorrales que los cubrían. Así que sin mediar palabra saltó sobre la maleza y desapareció de la vista.

Keriz fue el único que se quedó mirando el lugar por donde había entrado el duende, ya que los otros dos no se habían dado cuenta de la marcha de Broog.

-¡Ajá, lo encontré!

La voz del duende resonó entre la maleza y tanto Ruu como Shina se acercaron al lugar donde Keriz esperaba. Poco después, la cabeza de Broog apareció entre el macizo de matorrales.

-El camino está ahí detrás.-anunció el duende en tono orgulloso.-Aunque parece que esta entrada está en desuso y por eso no se ve desde fuera.

-Al final sí que sirves para algo más que chistes malos.-dijo Ruu divertido.

Broog resopló y desapareció en la maleza.

-Bien, yo me encargo entonces.-declaró el mestizo.

En un abrir y cerrar de ojos, desplegó la mayoría de sus uñas retráctiles y se deshizo del armagedón de ramas y  arbustos que cubrían el camino. Cuando hubo terminado la poda, los tres ingresaron finalmente a la selva y contemplaron con satisfacción el camino de baldosas blancas frente a ellos.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora