Capítulo 4 En las cuadras

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Shina titubeó al tiempo que el rubor se iba apoderando rápidamente de sus mejillas mientras intentaba procesar su error. ¿Cómo había podido confundir a un joven, que no debía tener más de veinte años, con un anciano? Tal confusión debía de ser un insulto para él, pero ¿cómo iba ella a saberlo? Tener el cabello blanco a tan temprana edad no era común entre el común de los humanos... aunque tal vez allí radicaba el detalle.

– Lo... Lo siento... – murmuró la joven, tratando de disculparse, pero, sin embargo, pronto dirigió su mirada hacia Keriz, buscando alguna explicación. – No me dijisteis que erais magos...

Era la única explicación que se le ocurría. Quizá un hechizo había salido mal, dejando ese extraño color permanentemente en su cabello. Keriz, con sus rasgos tan típicos de un Barauz, tenía una apariencia del todo normal, y Shina había asumido que su hermano sería igual... pero tal parecía que se había equivocado.

– ¿A-Ah, se me olvidó mencionarlo? – respondió el niño, claramente nervioso.

El joven de cabello blanco alzó entonces la vista, y Shina quedó paralizada al instante. Lo que vio no eran los ojos oscuros de un Barauz, sino unos hipnóticos ojos verde jade, como los de un Dehyre, idénticos a los del niño de cabello negro que había visto en su sueño. Aquel recuerdo implicaba que, de alguna manera, en Kirkas había ocurrido un mestizaje entre Barauz y Dehyre, dos pueblos que habían sido enemigos acérrimos incluso durante la era de los demonios. Y sin embargo, aquí estaba, frente a ella, un joven cuya sangre mezclaba ambas etnias, además de la herencia mágica de los magos... Desde hacía doce años, fuera de la Orden de Plumas, esas mezclas ya no eran tan inusuales, pero verlas en alguien de más de veinte años seguía siendo algo impactante.

La joven observó el rostro del apuesto muchacho, notando una extraña sensación en su interior, pero pronto apartó la mirada, dándose cuenta de que entre el niño de su sueño y el joven que tenía frente a ella existían más diferencias que semejanzas. Solo el color de sus ojos coincidía, pues todo lo demás en él, desde su físico hasta su aura, era completamente diferente.

– No importa. – respondió el joven mestizo con serenidad. – Me han llamado cosas peores que anciano.

– "Brote de soja" – aclaró Keriz con una sonrisa traviesa. – Broog es muy creativo con los apodos.

Ruu soltó un leve resoplido ante el comentario de su hermano menor, mientras Shina comenzaba a reír. Al verla reír tan libremente, una tímida sonrisa se dibujó en los labios de Ruu, pues para él, era un alivio verla así, feliz, riendo por una simple broma. Apenas podía creer que esa misma chica, a quien había visto por última vez, años atrás, aterrorizada debajo de una cama y al borde de la muerte, pudiera ahora encontrar alegría en algo tan simple. Pero al parecer, Shina había compartido la misma visión del pasado que él, gracias a la Resonancia de Keriz, y afortunadamente, no lo había reconocido.

– Me alegra que estés bien, Shina. – intervino Graown. – Veo que ya conoces a Keriz. Menos mal que fuiste tú quien lo encontró.

La joven de ojos melosos asintió, revolviendo el cabello negro del niño que estaba sentado a su lado.

– ¿Así que era a Graown a quien teníais que ver? – preguntó.

– Sí. – respondió Keriz, esbozando una sonrisa.

Shina suspiró. Debería haberlo deducido antes, pues el grifo era el único en toda Plumas con conexiones directas con los altos mandos de la Ciudad Independiente de Fodies, siempre involucrado en sus asuntos políticos. Este pensamiento despertó una nueva pregunta en su mente, y rápidamente desvió la mirada hacia el joven de ojos jade. ¿Quiénes eran realmente estos dos? ¿Nobles? ¿Aprendices de magos, tal vez? Estaba decidida a averiguarlo, ya que ambos despertaban en ella una curiosidad insaciable. Con determinación, Shina se levantó de la cama y, con pasos inseguros, se acercó a Ruu. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, un colgante muy particular, hecho de cuentas negras, se hizo visible en su cuello, y Keriz, al verlo por segunda vez, lo observó con una fascinación casi reverente, como si fuera el mayor tesoro sobre la faz de la tierra. Y para Shina, sin duda, lo era. Ruu también reconoció aquel colgante al instante, pues había visto esas mismas cuentas en la empuñadura de Mordaz desde hacía ya doce años. Después de todo, siguiendo las indicaciones de Hidan, Graown le había devuelto las cuentas tras regresar de la montaña, y ella, para preservar la memoria de su hermano adoptivo, las había usado para hacer un collar.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora