Capítulo 22 La otra cara de la máscara

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Ruu había gritado el nombre de Shina en el preciso instante en que la criatura ancestral cerró sus colosales fauces, llevándosela consigo. El mestizo había llegado corriendo, alertado por el temblor de la tierra y el rugido ensordecedor de la bestia al despertar. Justo detrás de él, Keriz lo seguía, pero ambos fueron testigos impotentes del momento exacto en que la joven fue tragada por el guiverno. El sonido de las mandíbulas cerrándose resonó en sus oídos como una sentencia y Ruu se detuvo de golpe, aún con el brazo extendido en el aire, como si en el fondo creyera que Shina podría alcanzarlo, que todavía habría tiempo para salvarla. Pero ella había desaparecido frente a sus ojos. Si tan solo hubiera llegado antes, un minuto antes...

– T-Tía... – balbuceó Keriz, con la incredulidad empañando sus palabras. – Ruu... ¿dónde está mi tía...?

El niño había visto lo sucedido claramente, pero su mente se negaba a aceptar la realidad. Sus ojos habían presenciado lo innegable, pero su corazón no podía asimilarlo. En cuanto a Ruu, sus pupilas de jade temblaban mientras las lágrimas luchaban por brotar de unos ojos que, por orgullo o por convicción, siempre se habían negado a derramarlas. Pero ahora, el dolor era insoportable y un surco húmedo marcó su rostro, deformado por el sufrimiento.

No podía ser... la había perdido... otra vez.

Como su hermano menor, él tampoco podía aceptarlo. Apretó los puños con furia, sus nudillos blancos por la tensión, y lanzó una mirada cargada de odio al guiverno que aún lo observaba con la boca cerrada, como si disfrutara de la angustia del mestizo. Los ojos de la bestia parecían contener una malicia primitiva, y Ruu juró ver una sonrisa burlona oculta en sus fauces.

– ¡TÚ! – gritó, fuera de sí.

El guiverno no respondió, carente del don de la palabra, pero se relamió lentamente, de manera tan siniestra que parecía deleitarse en su victoria. Ruu no pudo soportarlo. Un rugido inhumano escapó de su garganta, lleno de una ira que lo consumía por completo, y de su cuerpo comenzó a emanar una oscura aura, una neblina oscura que lo envolvía como un manto de sombras. El Hijo del Rey se preparaba para la venganza. Sus uñas retráctiles se desplegaron, y la Máscara del Ratón cubrió su rostro, simbolizando la liberación de algo terrible dentro de él. Sin más demora, comenzó a correr hacia el guiverno, cada paso cargado de furia.

Nunca se lo perdonaría.

– ¡Ruu, espera! – gritó Keriz, aterrorizado.

¡ALÉJATE! – la voz de Ruu resonó fría y hueca. – ¡VETE DE AQUÍ!

Aquel tono no era el de Ruu, o al menos no el que Keriz conocía. Era una voz gélida y despiadada, impregnada de una oscuridad insondable... Pero aquello no era algo en lo que el chiquillo pudiera detenerse a pensar ahora. Obedeciendo a su hermano mayor, se acurrucó entre las rocas, hecho un ovillo, temblando mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Él tampoco se perdonaría nunca lo sucedido.

Ruu seguía corriendo, imparable, mientras el guiverno permanecía inmóvil, observándolo con una arrogancia que solo enardecía más al joven mestizo. La criatura parecía subestimar su furia, y aquello solo avivaba las llamas de la ira de Ruu.

No te lo perdonaré. – murmuró con los dientes apretados.

Sacó una de sus agujas y, con una agilidad inhumana, se lanzó hacia la pared de roca, corriendo sobre su superficie con una velocidad que desafiaba la gravedad. El guiverno abrió sus fauces una vez más, como si estuviera dispuesto a engullir un segundo bocado, pero Ruu lo fulminó con una mirada de asco. Su corazón latía con una mezcla de rabia y desesperación, pues el dolor de su pérdida lo desgarraba por dentro, pero, extrañamente, cada paso que daba lo fortalecía. El poder oscuro que manaba de él se volvía más denso, más palpable.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora