Capítulo 29 Revelaciones

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Desde que el grupo de Ruu hubiera abandonado Fodies hacía ya varios meses, una sucesión de acontecimientos había tenido lugar tras la entrada de Tracia de Plumas en la ciudad, flanqueada por su escolta. Al momento en que la Cazadora puso un pie en la Ciudad Independiente de Fodies, la Dama Halla la invitó, junto a Daegal de Sauce, a seguirla hasta el Palacio, mientras recorrían las calles de la urbe, quizá con la intención de desviar la atención del grifo traidor y de Eihtel. Este último no tardó en abalanzarse sobre su padre y abrazarlo con tal fervor que enfureció a la líder de Plumas. Sin embargo, Tracia accedió a la petición de Halla, consciente de su clara desventaja numérica y, sobre todo, desarmada. A pesar de ello, le crispaba profundamente que la Señora de la ciudad tratara a Daegal como un igual, cuando la realidad entre ellos distaba mucho de ser la misma.

Con un gesto frío, Tracia concedió permiso a su escolta para seguirla o explorar la ciudad a su antojo, mientras ella y Daegal se encaminaban junto a Halla y Faith hacia la montaña. Este respiro fue aprovechado por Astor y Coga, quienes decidieron dejar a las fieles Cazadoras con su líder, para seguir a Graown y Eihtel. El grifo los condujo a través de las bulliciosas calles, mostrándoles los mercados, las posadas, tabernas y forjas. En una de estas, mientras Eihtel observaba fascinado cómo el herrero pulía un par de espadas, los adultos aprovecharon para retirarse a una discreta calle lateral, y al resguardo de las miradas, conversaron.

 En una de estas, mientras Eihtel observaba fascinado cómo el herrero pulía un par de espadas, los adultos aprovecharon para retirarse a una discreta calle lateral, y al resguardo de las miradas, conversaron

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– ¿Qué tramas, viejo amigo? – preguntó Astor apenas se sentó en una pequeña banqueta junto a la pared de la forja.

– Esa es una excelente pregunta. – respondió el grifo con una voz cargada de intriga.

– No te andes con rodeos, Graown. – le cortó el Cazador, frunciendo el ceño. – Nunca has sido de los que actúan a ciegas, y menos un traidor.

– ¿Eso crees? – replicó el grifo con una marcada gravedad en su mirada ambarina.

– Es lo que quiero creer. – respondió Astor con un dejo de duda. – Ayudaste al Demonio Blanco a escapar, Shina robó la Lanza de Luz y la máscara del Hijo del Rey, y también se dio a la fuga... ¿Qué está pasando? – el grifo permaneció en silencio, lo que provocó que Astor continuara. – Siempre he confiado cuando los demás perdían la fe. Confié en Hemn, confié en su difunto hijo... Pero, Graown, si no hablas ahora, será difícil seguir creyendo en ti.

Coga se mantuvo en la sombra, apoyado en la pared, escuchando la tensa conversación entre los dos veteranos. Graown, por su parte, clavó la mirada en el suelo y exhaló un profundo suspiro.

– Dime, Astor, ¿sabes lo que es la Paz?

La pregunta descolocó al Barauz, quien, a pesar de ello, intentó corresponder a las intrigas del sabio grifo.

– ¿Qué mejor ejemplo de paz puedo darte que esta Era en la que vivimos? – respondió Astor, buscando alguna certeza.

– La Paz... debe ser magnífica. – murmuró Graown, su voz teñida de melancolía. Astor lo miró, desconcertado, pero el grifo pronto volvió a hablar. – Entonces dime, ¿qué estarías dispuesto a sacrificar por preservarla? – Astor guardó silencio, incapaz de encontrar respuesta. – Yo entregaría mi honor, mi nombre y mi prestigio. – continuó el grifo. – Abandonaría mi hogar... Me ganaría el odio de los míos, su rencor, su desprecio. Dejaría que mancillaran mi nombre y no culparía a nadie más que a mí mismo. Lo sacrificaría todo, Astor... Dejaría todo atrás... Todo por aquello a lo que llamamos paz.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora