Capítulo 26 La despedida

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Shina agitó la cabeza, enervada. Ahí estaba otra vez, dependiendo de alguien en quien se suponía que había dejado de confiar. Él mismo lo había dicho. Ruu nunca le había pedido su confianza. La joven de melea caoba se levantó y miró con decisión el pasillo del barco. Si el mestizo no estaba allí, era su turno de luchar.

– Shina, ¿a dónde vas? – preguntó Navia, viendo cómo la chica se alejaba.

Pero ella no respondió y en su lugar se dirigió rápidamente hacia su camarote. Allí, apoyada contra la pared, se encontraba la lanza blanca; la misma que había sido incapaz de utilizar en contra del guiverno debido no solo al pánico, sino también a sus principios. Antes de tomarla entre sus manos pensó detenidamente en lo que estaba a punto de hacer. Debía superar sus miedos, dejar de temblar ante el peligro y afrontar cada dificultad que se interpusiera en su camino.

Tomó aire y finalmente agarró la lanza con fuerza.

– Demostraré que yo también puedo luchar. – declaró, y acto seguido salió del camarote.

No sabía cómo utilizar el poder de su arma, pero eso no iba a impedir que lo diera todo con tal de salvar a Keriz. No se quedaría de brazos cruzados esperando a que pasase el peligro. Otra vez no. Con decisión, volvió a la puerta de salida y encontró tal y como los había dejado al duende y a Navia. En el exterior, los cañonazos y el rugido del ajatar eran más que audibles.

– ¡Apartaos! – exclamó Shina.

La mujer y Broog obedecieron no por gusto, sino sometidos tal vez por el refulgir atrapado en la mirada de la lancera.

"Ayúdame Lumia" – rogó ella. – "Esta vez no me echaré atrás"

Como si la estrella hubiera atendido su súplica, la punta de la lanza se tornó de un color blanco inmaculado, iluminando el rostro pecoso de su portadora mientras cierta cantidad de energía se acumulaba en ella. Shina sabía bien qué era ese poder que fluía de la lanza, pues más de una vez había oído mencionar a Graown las maravillas de aquel extraño brillo que había liberado su hermano adoptivo incontables veces en su viaje a la Montaña Prohibida. La joven corrió hacia la puerta y, con una potente patada, la derribó. Al salir al exterior, sus ojos buscaron desesperadamente a Keriz. Los cañones continuaban disparando sin tregua, pero para su alivio, aún podía ver al niño colgando de uno de los tentáculos del ajatar. Sin perder tiempo, Shina apretó su agarre sobre la lanza mientras la punta resplandecía con energía latente, y la alzó, apuntando a la cabeza de la monstruosa criatura.

El gusano seguía moviéndose bruscamente y agitaba sus tentáculos y pinzas con la posible intención de raptar a otro más de los miembros del navío o destrozar uno de los palos que sostenían las velas. Keriz parecía más mareado que asustado por el continuo movimiento. La muchacha siguió de cerca las embestidas del ajatar y finalmente determinó el lugar al que debía disparar.

– Vas a caer... – susurró Shina con los músculos tensos, reafirmando su agarre en la lanza antes de gritar – ¡Pulso Blanco!

La energía acumulada en la punta del arma se liberó como un relámpago. La onda de luz surcó el aire con un destello cegador, alcanzando la cabeza de la criatura de magia ancestral. El ajatar emitió un aullido desgarrador cuando el rayo lo atravesó, partiendo su cráneo en dos. Espasmos violentos sacudieron su cuerpo, mientras se retorcía de dolor y sus gritos agudos reverberaban en el aire.

"Lo hice, Hidan" – pensó Shina, su corazón latiendo con fuerza. – "Por fin lo logré"

La criatura, tras una última convulsión, se contrajo y soltó a Keriz, que cayó hacia la cubierta. Por fortuna, aterrizó de manera abrupta pero segura sobre el suelo del barco. Shina corrió hacia él, su rostro reflejando una mezcla de alivio y preocupación. El pequeño, aún aturdido, se frotaba la cabeza mientras todo a su alrededor parecía girar.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora