Capítulo 9 El trato

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Ruu y Tracia se enfrentaron con una mirada cargada de odio, haciendo de la tensión un elemento más que flotaba en el aire denso y lleno de humo de Plumas. La Cazadora de cabellos dorados mantenía la cabeza del mestizo en su puño, hasta que, con un gesto brusco, lo soltó y se incorporó lentamente, sin apartar sus ojos azules de él.

– ¿Crees que estás en posición de hablarme de esa manera? – preguntó, con una voz gélida, y sin esperar respuesta, descargó una patada brutal sobre el estómago de Ruu.

El grito ahogado del mestizo fue inmediato, siendo éste un sonido de puro dolor. Casi por inercia, el joven se llevó las manos al abdomen, donde sentía un par de costillas hechas añicos, pero apretó los dientes con fuerza, luchando por mantener la consciencia mientras el dolor lacerante recorría su cuerpo. Su respiración se volvía cada vez más pesada, convirtiéndose cada inhalación un tormento que acosaba cada ápice de su ser. No solo sus extremidades comenzaban a adormecerse, sino que podía sentir cómo los latidos de su corazón se apagaban, volviéndose lentos, casi distantes.

– Así está mejor. – murmuró Tracia, dirigiéndole una mirada de desprecio, creyendo que había sido enteramente ella la causante de su estado. – Retuércete en el suelo, porque es ahí donde tu especie pertenece, escoria.

Los ojos de Ruu brillaron con furia mientras luchaba por respirar, pero Tracia, implacable, no le dio tregua. Esta vez, su bota cayó sobre la cabeza del mestizo, aplastándola contra el suelo con brutalidad. Los Cazadores que rodeaban a su líder se rieron con crueldad, como buitres, festejando la humillación de su presa, cuando no hace mucho, ellos mismos habían sido demasiado cobardes para enfrentarse a él... Pero ahora, sintiéndose vencedores, disfrutaban del espectáculo que Tracia les ofrecía.

– ¿Os habéis atrevido a atacar mi ciudad? – dijo la mujer con repulsa, mirando a Ruu con los labios curvados en una mueca de asco. – ¿Doce años ocultos para esto? A un traidor se le atribuyó vuestra extinción, pero aquí estáis, mientras él yace muerto sin siquiera una tumba.

Con un movimiento rápido, Tracia alzó su lanza, una fina y letal arma blanca que parecía resplandecer con un brillo etéreo. Ruu, forzado a mirar a través de la bruma de su dolor, sintió el poder que irradiaba aquella arma, algo que resonaba incluso en sus sentidos embotados.

– ¿Qué hay de vosotros? – murmuró, con las pocas fuerzas que le quedaban. – Profanando el poder de la Luz para crear armas... ¿Es lo mejor que podéis hacer?

La sonrisa triunfal de Tracia se ensanchó.

– ¿Temes su poder? – susurró ella, con burla. – Porque deberías... – aseveró, desvelando en sus labios una sonrisa torcida. – El héroe de esta ciudad convocó las perlas con las que se hizo esta única lanza, y yo terminaré su trabajo. – alzó entonces el arma, apuntando con precisión al rostro del anfitrión del demonio Ratón. – ¿Temes a la muerte, demonio? ¡Porque aunque no sea así, déjame dártela!

La lanza descendió con una velocidad mortal, una ráfaga de luz y metal que prometía el fin de Ruu cuando él apenas podía moverse debido al veneno de Égola. En ese momento, supo que su viaje a Plumas había sido un error, desde el principio hasta ese trágico desenlace. No debería haber ido, debió encargárselo a alguien más...

– ¡Alto!

Un grito infantil resonó en la noche, y Ruu parpadeó incrédulo cuando la lanza se detuvo a milímetros de su piel. Entre él y la muerte, estaba Keriz, el niño que había aparecido de la nada, interponiéndose entre la hoja y su cuello. Tracia, sorprendida, abortó su ataque, sus ojos clavados en la figura del pequeño, e incluso Shina, observando desde las sombras, se estremeció, pues no había detectado el movimiento de Keriz hasta que lo vio de pie, protegiendo al moribundo Hijo del Rey. Quiso salir también y ayudarlos, consciente de que Tracia no atendería a razones, pero algo la detuvo:

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora