Capítulo 57 Esclavo del destino

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– Eso es muy descortés de tu parte. – se quejó Glaciem mientras Chinidyr aterrizaba con una gracia sorprendente, considerando su inmensa envergadura.

– Gracias por venir a recogernos. – dijo Shina, subiendo ágilmente sobre el dragón y haciendo una sutil reverencia a la Arista de Eissïas.

El elfo respondió al gesto con un leve asentimiento de cabeza, haciendo gala de su cortesía glacial.

– Si estás aquí, ¿eso significa que Aldair también ha llegado? – inquirió.

– Está al otro lado de la falla. – intervino Keriz, metiéndose en la conversación antes de que Shina pudiera responder. – Al menos, allí dijo que iría antes de que yo dejara la retaguardia.

– Si tienes tantas ganas de verlo, será mejor que no perdamos más tiempo. – añadió Ruu, ocupando el último lugar en el lomo del dragón.

Glaciem resopló ante la impaciencia del mestizo, y con una leve presión sobre las riendas, Chinidyr batió sus alas colosales, elevándose majestuosamente. Con un solo movimiento, cruzó la vasta falla que separaba las islas y ascendió hacia los cielos.

– Nuar ha causado estragos por todas partes. – anunció el elfo. – Muchos jinetes élficos y sus dragones han sido consumidos por las llamas de esa bestia...

– Razón de más para acabar con ella, ¿no crees? – replicó Ruu, con determinación en sus ojos.

Glaciem se encogió de hombros y, por una vez, murmuró que no podía estar más de acuerdo. Desde lo alto, los pasajeros contemplaban el caos abajo: escuadrones de Cazadores luchaban por mantener sus posiciones, gigantescos colosos demoníacos arrasaban con enanos, magos y humanos sin distinción, mientras los elfos desplegaban toda su majestuosidad mágica en un intento por contener tanto a las criaturas desalmadas como a los demonios.

– Hay tanta gente... ¿Cómo encontraremos al príncipe entre todo esto? – preguntó Shina, tratando de distinguir algo en la maraña de figuras, sin éxito.

– No lo buscamos a él. – respondió Ruu, seguro de sí mismo. – Buscamos a Nuar.

– Indra quiere reunirse con el dragón. – añadió Keriz, con la misma certeza. – Solo tenemos que llegar antes que él e impedirlo, ¿verdad?

– Qué simples veis las cosas los humanos. – comentó Glaciem, con una sonrisa irónica. – Rodeados de tanta destrucción, y aún así sois optimistas... Aunque tal vez la palabra ingenuos os quede mej...

– ¡Cuidado! – gritó Shina de repente, interrumpiéndole.

De inmediato, el dragón azul fue embestido por uno de los pocos de sus congéneres que aún volaban poseídos sobre la isla. Chinidyr se revolvió furioso, ejecutando una maniobra brusca para recuperar el equilibrio. Glaciem, ahora visiblemente irritado, suspiró profundamente y se apresuró a echarles en cara a sus pasajeros que ellos eran los culpables por distraerlo.

-¿Veis lo que decía? Hay que ser demasiado ingenuo para creer que las cosas siempre salen....-el elfo dejó de hablar al darse la vuelta y ver que no había nadie a su espalda.-bien...

Pero su voz se apagó cuando giró la cabeza, solo para descubrir que no había nadie detrás de él. Miró hacia abajo y vio tres siluetas cayendo al vacío.

– Parece que esta era vuestra parada... – murmuró Glaciem, rascándose la cabeza antes de dirigirse con rapidez tras del dragón poseído que había osado desafiar a unos de los Cuatro Dragones Primordiales.

Chinidyr rugió con furia mientras se lanzaba en picado tras el dragón poseído que había osado golpearle. Sus ojos brillaban con una intensidad gélida y cada uno de sus movimientos era letal, cargado de una fuerza devastadora que prometía una venganza despiadada. Glaciem, sintiendo la tensión creciente en su compañero, entrecerró los ojos y, con su voz calmada pero firme, le habló.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora