Capítulo 23 El barco de Lajaut

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Keriz y Shina caminaban el uno al lado del otro en completo silencio. No habían cruzado palabra desde el incidente y simplemente andaban con la mirada perdida. Delante de ellos y a una distancia prudente, Ruu caminaba solo. La sangre que lo cubría ya se había secado y todo en él era ahora de un color marrón oscuro. Él era el que parecía más ido de todos. Intentaba recordar algo de lo que había hecho, pero todos sus recuerdos eran borrosos desde el preciso momento en el que vio con sus propios ojos cómo el guiverno engullía a Shina. Recordaba fragmentos de escenas, ataques y movimientos. Recordaba el Pulso Negro que había liberando en el interior de la criatura, la lluvia de sangre que había caído sobre ellos y el haber cargado a Shina en sus brazos. Pero si algo no recordaba, era el haber estado a punto de matar a la persona más importante para él. O quizá, simplemente no quería recordarlo. Ruu se miró las manos. Esas manos habían arrebatado sin vacilar las vidas de muchos y habían estado a punto de volverlo a hacer. Por primera vez en mucho tiempo, sentía temor. Temor al demonio de su máscara y a no tener el poder suficiente para controlarlo en una situación desesperada. ¿Qué sucedería entonces si volvía a perder el control? ¿De nuevo perdería la cabeza...?

¿De nuevo... intentaría matar a alguien irremplazable sin darse cuenta?

No lo sabía. Él era el primer mestizo al que le pasaba. Estaba perdido y las respuestas que tanto necesitaba en aquellos momentos no existían.

"Quizá, debería mandar una invocación de vuelta a Fodies y pedir consejo a Halla" – pensó el muchacho, pero en seguida descartó esa idea, pues no creía que la Dama tuviera tiempo para encargarse de sus asuntos mientras hacía frente a los Cazadores de Plumas.

Mientras tanto, la joven a su espalda levantaba de vez en cuando la mirada para verle. Cada vez que lo hacía, su cuerpo se estremecía y como acto reflejo se llevaba las manos al cuello, donde aún podían verse con claridad la marca de las uñas del mestizo. Shina no podía decirlo en voz alta, pero tras aquel incidente, había dejado de confiar en Ruu. No podía hacerlo. Ya no. Si depositaba su confianza en él, quién sabe si la siguiente vez que perdiese el control no la mataría de verdad. Ruu de Fodies tenía dos caras, y ella había visto ambas; tanto la buena como la mala.

Miedo

Ese era el sentimiento que la embargaba.

El miedo había sustituido la admiración que sentía por él, trayendo consigo el terror y el pavor. Todo el mundo tenía defectos y virtudes. Eso hacía a los humanos seres humanos. Pero en el caso del mestizo, que había dejado de ser humano completamente, el lado oscuro de su alma parecía campar a sus anchas en su interior. Eso lo convertía en un compañero peligroso e impredecible... En alguien de quien no podía depender ni confiar. Simplemente, no podía creer más en él. Tenía miedo y no podía remediarlo, pues había tenido la muerte frente a sus ojos y eso era algo que no podría olvidar jamás. Ruu era un mestizo, un mestizo que en el fondo era un demonio sediento de sangre y capaz de perder el control e incapaz de distinguir entre amigo o enemigo. Porque él mismo lo había dicho:

Los humanos son demonios, los demonios deben morir

Shina creía que para Ruu, ambas especies eran su enemigo, y fuera cual fuese la razón, ella sabía que de alguna forma, el odio del muchacho era real.

– Shina... – se aventuró a murmurar Keriz. – No pretendo defender a mi hermano... S-Sé que lo que ha intentado hacerte es horrible... Pero deberías saber algo...

La joven desvió finalmente la mirada hacia el pequeño, interrogativa. Sabía que Keriz quería mucho a su hermano mayor, pero como él mismo había afirmado, cualquier cosa que dijera ahora no borraría los hechos.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora