Capítulo 50 El laberinto de hielo

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Hacía frío. Shina sentía cómo el aire gélido de la Región de Ilis atravesaba su carne y se negaba a dejar su cuerpo. Aunque esta vez sí que llevaba ropa de abrigo, seguía arqueando la espalda irremediablemente y sus dientes castañeteaban de forma mecánica. El elfo rubio iba sentado delante de ella para guiar al dragón mientras Broog se arropaba entre los dos. Llevaban ya dos días de vuelo ininterrumpido y no parecía que fuesen a llegar a su destino pronto, aunque en realidad, la joven de cabellos caoba no sabía con exactitud el lugar al cual se estaban dirigiendo.

– Aldair... ¿a dónde vamos? – inquirió.

El elfo señaló un punto en el horizonte. Shina alzó la mirada y contempló que en la distancia, se veía el mar. O eso creyó al principio.

– ¿Qué... es eso? – masculló.

– Según las indicaciones de Anabeth, nuestro destino.

Acto seguido, espoleó a Izzair y éste descendió en forma de tubo hacia lo que sin duda era el Mar del Norte, pero en cuya orilla, se extendía un segundo mar, con olas congeladas en el aire. Cuando el dragón de escamas rojas tomó tierra, los tres pasajeros se bajaron y observaron aquel laberinto de hielo.

– Bienvenida a la Cala de las Olas de Cristal. – dijo Aldair con un deje de grandiosidad.

Shina no pudo responder porque simplemente tenía la boca abierta, pues aquel nombre era una referencia literal a lo que tenía frente a ella; un mar de hielo de ensueño, lleno de remolinos y corrientes heladas, como si un escultor hubiese creado su...

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Shina no pudo responder porque simplemente tenía la boca abierta, pues aquel nombre era una referencia literal a lo que tenía frente a ella; un mar de hielo de ensueño, lleno de remolinos y corrientes heladas, como si un escultor hubiese creado su propio océano gélido en la superficie.

– ¿Pero es natural? – terció Broog, con curiosidad.

El elfo se encogió de hombros al tiempo que acariciaba al dragón.

– Teniendo en cuenta que el Santuario de Nirvara se encuentra en este lugar, no creo que lo sea. – argumentó. – Aunque Glaciem se jacta de decir que fue un elfo de hielo quien lo creó hace siglos. Hasta ahora eso es lo que mi gente pensaba... Pero está en tu mano decidir qué es en lo que quieres creer.

Aldair miró a la chica y ella no supo adivinar si había sido una broma o no.

– En fin, supongo que el Santuario que buscamos estará por aquí, en alguna parte... – continuó diciendo Aldair.

– ¡Pero esa cosa es un laberinto! ¡Es un hecho que nos perderemos! – aseguró el duende, bufando mientras saltaba con exageración.

– Tal vez perderse sea la única forma de encontrar el Santuario... – apostó Shina de forma pensativa. – Es lo que os pasó a Keriz y a ti y al final, fue Nirvara quien os encontró...

Mientras hablaba, sus ojos melosos se habían perdido en aquellos muros de hielo que simulaban las olas del mar. Algo proveniente de ellas emanaba un extraño poder, diferente a cualquier magia que hubiera sentido hasta entonces. Por eso sabía que el elfo rubio no se equivocaba y que aquel laberinto escondía en su interior algo que desde fuera no se podía ver. Por alguna razón, eso hizo que se sintiera insegura y que se llevase las manos al collar que pendía de su cuello, creyendo quizá que el pendiente de Ruu y las cuentas de Hidan le inspirarían el valor que necesitaba.

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora