Capítulo 1 Una ciudad diferente

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El amanecer teñía el horizonte con tonos dorados y rosados cuando la pequeña barca de bambú se acercaba silenciosamente a su destino. Sobre ella, dos figuras encapuchadas viajaban en el silencio de la madrugada: una más pequeña, envuelta en una manta, dormía plácidamente, mientras la otra, más alta, guiaba la embarcación con movimientos rítmicos y pausados del largo remo, que se sumergía y emergía de las serenas aguas del Río de la Luz. La figura que hacía de barquero se detuvo un instante, dejando el remo descansar en la barca mientras contemplaba el sol que empezaba a despuntar en el cielo. A lo lejos, una gran sombra indicaba el final de su trayecto.

Con una parsimonia que denotaba costumbre, el encapuchado estiró una pierna y dio unos leves golpecitos a su acompañante, que seguía sumido en un sueño profundo.

– Vamos, Keriz, despierta, ya hemos llegado. – dijo en un susurro que cargaba más con autoridad que con ternura.

El aludido se removió en el fondo de la barca, aferrándose a la manta que lo cubría, mientras murmuraba entre sueños.

– Solo cinco minutos más, madre...

El encapuchado apretó los dientes al escuchar esas palabras, tensando el puño alrededor del remo. Sin embargo, en lugar de responder con el habitual enojo, exhaló con lentitud, como quien ha aprendido a domar sus propios demonios... Más o menos. Con una firmeza algo más controlada, levantó el remo y, en un gesto que pretendía ser disciplinario, lo colocó sobre el cuerpo del niño que seguía rehusándose a despertar.

– ¡¿Desde cuándo tengo yo cara de serpiente, eh?! – exclamó, dejando caer el remo con la intención de darle un susto.

Pero antes de que el golpe alcanzara su objetivo, que no era otro que la cabeza de su interlocutor, una pequeña mano lo detuvo en seco. La manta que cubría al niño cayó entonces, revelando un rostro pálido y unos ojos de cobre que brillaban con picardía bajo su cabellera negra y desordenada.

– Desde siempre, Ruu. – replicó Keriz con una sonrisa traviesa.

El aludido resopló con resignación y devolvió el remo al agua, a sabiendas de que todo aquello había sido un simple juego de niños. Después de todo, los reflejos estaban en su sangre, y Keriz había demostrado ser un niño tan escurridizo como astuto. Sin embargo, el hecho de que lo comparara con su madre... eso lo irritaba más de lo que quería admitir. ¿Cómo podía confundirlo con Saya? Aunque, claro, cabía la posibilidad de que lo hiciera a propósito... Como siempre.

– Déjame dormir un poco más... hermano. – bostezó Keriz, acomodándose de nuevo.

– ¿No eras tú el que se escapó del palacio y vino a escondidas solo para ver la ciudad? – replicó Ruu frunciendo el ceño.

– Eso fue porque mis padres me dejaron a tu cargo. – respondió el pequeño con la lógica implacable de un niño. – Así que si tú ibas a algún sitio, lógicamente yo iría contigo.

Ruu suspiró nuevamente, rascándose la cabeza con frustración. Discutir con Keriz era inútil, pues aquel chiquillo siempre encontraba una salida ingeniosa a cualquier situación. Desde el día de su nacimiento, había sabido que este niño traería problemas, y aunque eso se había confirmado una y otra vez, el hecho de que se hubiera escabullido en la barca cuando Ruu partió de Fodies era algo que ni él, con toda su experiencia, hubiera previsto. Solo se dio cuenta cuando habían recorrido ya más de la mitad del río, y regresar entonces habría sido una pérdida de tiempo, pues él tenía una misión urgente que cumplir.

– Ya te lo he dicho, cuando le entregue el mensaje a Graown, te vuelves a Fodies. – declaró el mestizo con firmeza. – Es peligroso que estés en la ciudad... Si tu padre se entera...

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora